Los riesgos de la intervención extranjera

Juan Carlos Martínez REDACCIÓN / LA VOZ

INTERNACIONAL

Los expertos recomiendan que bombardeos e intervenciones armadas se limiten estrictamente a objetivos militares, porque las muertes de inocentes alimentan a los fanáticos

25 mar 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

La primera vez que Osama Bin Laden apareció en un vídeo fue para presentar como un triunfo la masacre de las Torres Gemelas. En aquel mensaje decía que Estados Unidos había experimentado por fin el dolor que «nuestra nación islámica ha venido probando durante más de 80 años de humillación y desgracia».

El fundador de Al Qaida hacía referencia a los acuerdos de 1917 y 1918 en los que Francia y Gran Bretaña decidieron el destino de Oriente Medio una vez vencido el imperio Otomano. Pero no se puede llevar tan atrás el origen del yihadismo. La versión que ahora conocemos nació poco después de la invasión soviética de Afganistán, en 1979. Estados Unidos, volcado en el anticomunismo, ayudó a que se instalasen en el país luchadores salafistas suníes que reforzaron a los rebeldes afganos. Reagan les llamaba «combatientes por la libertad». Entre ellos, Bin Laden. En el vídeo citado, junto a este aparece Ayman al Zawahiri, su maestro, detenido en 1981 con otras decenas de islamistas radicales tras el asesinato de Anwar el Sadat. En 1989, cuando los soviéticos empezaban a retirarse de Afganistán, se incorporó a aquellos grupos Abu Musab al Zarkawi, que se convertiría en el líder de Al Qaida en Irak y que es sospechoso de haber planeado los atentados de Madrid. La guerra de Afganistán se acabó y, ausentes las potencias beligerantes, los talibanes subieron al poder.

Pero ni Estados Unidos ni sus aliados se convencieron entonces de los efectos secundarios de sus intervenciones. A un ritmo acelerado, se sucedieron la guerra del Golfo contra el antiguo aliado Sadam Huseín y la anulación de las elecciones argelinas, en 1991; las sanciones a Irán en 1995; los atentados del 11S en el 2001 y la declaración de Bush de «guerra al terror» con su concreción: la operación Libertad duradera en Afganistán; la intervención en la segunda guerra del Líbano en el 2006, el apoyo a las primaveras árabes con su dramático resultado de un resurgimiento del fanatismo en donde la revolución cívica no triunfó, la intervención en Libia del 2011, que dejó el país definitivamente desestructurado y convertido en refugio de yihadistas y, por fin, los bombardeos rusos, franceses y norteamericanos en Siria e Irak.

Los expertos recomiendan que bombardeos e intervenciones armadas se limiten estrictamente a objetivos militares, porque las muertes de inocentes alimentan a los fanáticos. Aun así, el secretario de Defensa estadounidense, Ashton Carter, reclamaba ayer mismo a la UE que intensificara su apoyo a la guerra contra el Daesh en Siria e Irak. Su derrota no supondrá, sin embargo, la desaparición del yihadismo. Y la paz habrá de construirse con cuidado para que no tenga, como en tantos otros casos, el efecto no deseado de multiplicar los odios.