El Egeo, camposanto de refugiados bajo el mar, la vergüenza de Europa

Cristina Porteiro
cristina porteiro BRUSELAS / CORRESPONSAL

INTERNACIONAL

ARIS MESSINIS | Afp

Ascienden ya a 80 los niños muertos desde que se ahogó el pequeño Aylan

31 oct 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Sobrevivieron a la guerra, a los traficantes y a su propio miedo. Huyeron con lo puesto. Lo dejaron todo por llegar a Europa, pero se quedaron en el camino. Los sueños de las 22 personas, 14 de ellas niños, que murieron en la noche del jueves cerca de las islas de Kálimnos y Rodas, yacen olvidados en sus aguas. No pudieron ser rescatados. El esfuerzo colosal de los cooperantes no fue suficiente para ponerlos a salvo. Ahora ya son parte de las 3.329 personas atrapadas en las profundidades durante los diez últimos meses, víctimas de las olas y el silencio de la comunidad internacional. Mientras los países europeos regatean cuotas de acogida, en el Mediterráneo oriental hay un camposanto de refugiados bajo el mar que no deja de crecer desde principios de año.

Las cifras estremecen, pero no son los números los que hielan la sangre de los voluntarios y oenegés que se encuentran en el terreno. Cada día regresan a tierra exhaustos tras una desesperada jornada de rescate en el mar. A los que no pueden prestar ayuda, les lanzan señales con fuego para indicarles hacia donde nadar. «Los cooperantes están al límite y sobrepasados con las muertes masivas», relata la organización alemana Pro Asyl. No pueden hacer más. Denuncian la falta de medios y de personal desplegado por los Gobiernos europeos para hacer frente a la llegada diaria de 8.000 migrantes a las islas helenas. Solo en Grecia han desembarcado este año 502.500 personas.

Los testigos del caos humanitario que se vive en tierra no dan crédito al silencio ruin de Europa. Los propios ciudadanos y oenegés están supliendo la ausencia de las instituciones. Se sienten abandonados y frustrados. Tanto en las tareas de rescate en el mar como de asistencia en tierra. Aseguran con indignación que los refugiados llegan «empapados, con frío y traumatizados». Muchos de ellos con hipotermia. Los niños son rescatados «casi muertos» de las barcazas. Llegan a la orilla «con agua en los pulmones» y no hay ni mantas, ni agua ni medicamentos para atenderlos.

Cada caso recuerda al del pequeño Aylan Kurdi. La imagen de su cuerpo, boca abajo en la orilla del mar, inerte y frío, revolvió entrañas. Como si el mar quisiese escupir a la conciencia de Europa. Los líderes de la UE juraron que harían todo lo que estuviese en sus manos para que no volviera a ocurrir. Mintieron. Pero desde ese fatídico día, el mar se ha tragado a otros 76 menores, según Save the Children. 

¿Dónde han quedado las promesas de los líderes europeos? Parece que se las llevó la marea. Los últimos acuerdos para reubicar a 160.000 refugiados, acoger a otros 20.000 y prestar asistencia primaria a 100.000 personas en campos de los Balcanes y Grecia, son una gota en el océano. A día de hoy, solo 86 asilados han sido reubicados. No hay fondos para los programas de ayuda en los países de origen, ni expertos suficientes para las tareas de control e identificación en los «hotspots» de Italia y Grecia. Atenas solicitó 370 funcionarios. Solo ha recibido 81. El primer ministro heleno, Alexis Tsipras, estalló ayer en público. «Siento vergüenza como miembro de esta Europa por la incapacidad para hacer frente a este drama», manifestó antes de criticar las «lágrimas hipócritas, de cocodrilo» de sus colegas. «Los niños muertos siempre provocan pena, pero ¿qué pasa con los vivos que vienen por miles y se amontonan en nuestras calles», preguntó.

La respuesta de Bruselas fue la misma de siempre. El presidente de la Comisión, Jean Claude Juncker, y su homólogo del Consejo, Donald Tusk, enviaron una carta pidiendo a los Gobiernos que «cumplan con los compromisos». Vaya por Dios, una carta.