Libia, abocada al extremismo tras el fracaso pacificador

Rosa Paíno
Rosa Paíno REDACCIÓN / LA VOZ

INTERNACIONAL

Cuatro años después de la muerte de Gadafi, los combatientes que lo derrocaron, con ayuda de la OTAN, siguen derramando la sangre de muchos libios en su lucha por hacerse con el poder

21 oct 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

«Tened clemencia», pedía hace cuatro años un ensangrentado Muamar Gadafi antes de ser linchado a las afueras de Sirte y recibir un balazo en la sien. Cuatro años después, los combatientes que derrocaron al régimen del dictador, con ayuda de la OTAN, siguen derramando la sangre de muchos libios en su lucha por hacerse con el poder. Hace tiempo que Libia se ha convertido en un Estado fallido donde los traficantes de personas se han adueñado de sus costas, embarcando a miles de inmigrantes hacia Italia, y donde dos gobiernos, amparados por grupos armadas, se hacen la guerra. Todo un caos y un vacío de poder que ha sabido aprovechar el Estado Islámico para enraizarse en el país convirtiendo a Sirte en su bastión. El cuarto aniversario del asesinato de Gadafi coincide con el fracaso del plan de paz liderado por el español Bernardino León, tras la negativa del Ejecutivo de Tobruk, el reconocido internacionalmente, a aceptar el gobierno de unidad propuesto por la ONU.

Hace cuatro años, Gadafi se convirtió en el tercer dictador en caer por la Primavera Árabe. Obama, Cameron y Sarkozy, los líderes de los ataques aliados, aseguraban entonces que su muerte despejaba el camino hacia una transición democrática, aunque el camino se antojaba difícil. Y tanto. Solo el yugo brutal de Gadafi había consiguió la unidad de una Libia fragmentada por un sistema tribal. Tras el fin de la guerra, las tribus amparadas por su milicias -armadas en el expolio de los arsenales del régimen o con la ayuda de Egipto, Catar o Arabia Saudí- se negaron a entregar sus armas y sus territorios a un poder central.

En el 2014, la milicia islamista Fayer Libia (Amanecer de Libia) se apoderó de Trípoli, obligando al Gobierno reconocido por la comunidad internacional, a exilarse en Tobruk, en el este del país. El hombre fuerte de Tobruk es el general Jalifa Haftar, que se ha arrogado el papel de ser el Abdel Fatah al Sisi libio.

Peligros de más caos

El fracaso del proceso de paz aboca al país a más violencia y más caos, con el peligro de que el califato siga ganando terreno a pocos kilómetros de Europa. «Libia afronta tres opciones, todas ellas pésimas y alejadas de los supuestos objetivos de la revolución», explica a Efe una fuente diplomática en Túnez. «La primera, una fragmentación aún mayor. La segunda, el eventual triunfo del yihadismo y la tercera el retorno de la dictadura», en este caso en la figura del general Haftar, agrega.

En Trípoli, un cartel ilustra la desilusión de los libios sobre la era pos-Gadafi. Sobre la foto de un joven asesinado en la revuelta del 2011, alguien escribió: «Les conseguimos una Libia libre, ¿qué han hecho ustedes?».