Rabia en Garissa tras el baño de sangre de Al Shabab

K. Abwao, S. Tarvainen GARISSA / DPA

INTERNACIONAL

DAI KUROKAWA | EFE

Familiares desconsolados de los universitarios llaman desde todos los rincones de Kenia preguntando por los desaparecidos

06 abr 2015 . Actualizado a las 07:20 h.

Cynthia Cheroitich ingirió crema corporal para calmar su sed y sobrevivir. Esta joven keniana se escondió en un armario cuando los hombres armados asaltaron la Universidad en Garissa y comenzaron a matar a estudiantes, casi 150. Cheroitich sobrevivió. La estudiante de 19 años permaneció dos días escondida en el armario por miedo y el sábado fue rescatada.

Apenas podía sostener el móvil que una enfermera le ofreció para que llamara a sus padres. Estaba tan débil que tuvieron que ayudarle a meterse en la cama del hospital. «Ahora tiene que descansar. Nada de más llamadas», dijo la enfermera.

En el hospital donde está Cynthia Cheroitich, así como el más del centenar de heridos, muchas personas desesperadas buscan a sus familiares. Regina Mulandi intenta localizar a su pariente Monica Mwanzia, una estudiante de segundo. Su padre ha emprendido el largo camino hacia Nairobi, donde muchos de los enfermos están siendo atendidos, pero hasta el momento no hay rastro alguno de ella. «Sigo esperando que me llegue alguna noticia», dijo Mulandi.

De todo el país han llegado llamadas preguntando por personas desaparecidas, dijo el activista local Ibrahim Aden Alí. «Los padres están muy desconsolados y preocupados».

Por orden del Gobierno, la universidad permanecerá cerrada en esta ciudad ubicada a solo 140 kilómetros de la frontera con Somalia. A muchos residentes se les escucha hablar entre susurros. «No hay ninguna sensación de seguridad» tras el ataque, dijo Ralph Kombo, un residente local.

Garissa, que alberga una base del Ejército que lucha contra la milicia terrorista en el país vecino, ha sido en varias ocasiones blanco de Al Shabab. Pero este ataque contra la universidad ha sido diferente a los atentados anteriores, señala Jacob Olweny, que vive en Garissa desde hace 20 años. «Las personas que fueron asesinadas son inocentes», dijo Olweny, todavía conmocionado. «Vivimos inmersos en el miedo, pero es nuestro país. No huiremos», agregó.

Para la economía de la ciudad, el atentado supone también un duro revés. El joven Bernard Oyalo, que tiene un servicio de mototaxi, asegura que ha perdido a diez de sus mejores clientes. Oyalo habló por teléfono con uno de los estudiantes, un primo suyo, durante el asalto. «Hablaba bajito y contaba que los estudiantes estaban siendo agrupados. Consiguió esconderse y, cuando llamé de nuevo, descolgó un policía que dijo: ??Tu amigo ya no está con nosotros??». Su primo había muerto. «Desde entonces no he podido trabajar», relató el joven todavía impresionado por lo ocurrido.

El cierre de la universidad tendrá otro efecto sobre la sociedad de Garissa, donde la mayoría de los 850 estudiantes son cristianos, una señal de tolerancia en una población de mayoría musulmana. La activista Rahman Huseín advirtió: «Cerrar la universidad podría ser una señal que anuncia el fin de la convivencia entre cristianos y musulmanes».

Los cadáveres de los terroristas

El presidente de Kenia, Uhuru Kenyatta, aseguró que su Gobierno iba a responder con toda la dureza posible. «Los miembros de Al Shabab ofrecen suicidio y el asesinato de niños con una ideología tiránica», dijo.

La ciudad de Garissa, de unos 120.000 habitantes, sigue conmocionada. El sábado los residentes rompieron el cordón policial para poder ver a través de las ventanas de la morgue los cadáveres de los cuatro asesinos muertos. Según informó el Gobierno, los terroristas se volaron por los aires. Posteriormente, los cadáveres fueron exhibidos por la ciudad en una camioneta. Algunos vecinos, sin embargo, consideran que sería mejor deshacerse de los cadáveres, pues Al Shabab podría regresar para recuperarlos. «Esa gente no tiene ninguna religión. Deberíamos quemar los cadáveres», señaló. Muchos no pueden creer que algunos de los terroristas fuesen kenianos.