Accidente de Germanwings: El copiloto: de víctima a verdugo

Pablo González
p. gonzález REDACCIÓN / LA VOZ

INTERNACIONAL

La grabación de la caja negra demuestra que quiso destruir el avión de forma deliberada

27 mar 2015 . Actualizado a las 10:08 h.

La que en principio era una víctima más del accidente del Airbus era en realidad el verdugo de las 149 personas que le acompañaban, sin saberlo, en un viaje hacia la destrucción. Cuando todo el mundo adaptaba su GPS mental a la palabra «inexplicable», pronunciada el miércoles por el presidente de Lufthansa, Carsten Spohr, en la única caja negra encontrada hasta ahora se escondía una explicación, aunque igual de inexplicable. Las conversaciones en alemán y los sonidos situacionales de la grabación pusieron el foco en el copiloto del avión, un joven alemán de 27 años, Andreas Lubitz, que según el fiscal de Marsella optó por estrellar «deliberadamente» el Airbus que acabó con la vida de todos los pasajeros y tripulantes.

El fiscal Brice Robin se pasó toda la noche estudiando el contenido de la caja negra y tuvo la delicadeza de informar antes a las víctimas del dramático giro que había tomado la investigación del accidente. Antes, The New York Times adelantaba que el piloto había salido de la cabina y no pudo volver a entrar. El fiscal de Marsella, con una transparencia envidiable, detalló el minuto a minuto del preludio del desastre, con detalles y comentarios a pie de página. «El copiloto tuvo la voluntad de destruir el avión», dijo, inflamando los teletipos de todo el mundo e iniciando un tsunami de incredulidad del que será difícil desprenderse.

Durante los veinte primeros minutos del vuelo el ambiente era relajado, distendido. No se percibía ningún problema. A las 10.30 horas, tras alcanzar la altitud de crucero, se establece el último contacto con el control de tierra. Les confirman que siguen su ruta prevista. Preparan el aterrizaje en Düsseldorf. Es el piloto el que habla, mientras el joven primer oficial responde lacónicamente, con respuestas muy breves.

En ese momento el comandante le pide al copiloto que tome el mando. Se escucha en la grabación el sonido del asiento y de la puerta al cerrarse. El fiscal Brice Robin interpreta que debe ausentarse por «una necesidad natural». El copiloto se queda solo. Se escucha su respiración, a un ritmo imperturbable hasta el final.

En ese momento, el joven Andreas Lubitz agarra, por razones que son un misterio, el mando del sistema de control de vuelo para accionar el modo de descenso. El piloto vuelve hacia la cabina y llama varias veces al compañero para que le abra. Se supone que antes introduce el código secreto para abrir la puerta blindada, instalada en los aviones a raíz de los atentados de las Torres Gemelas. Pero está bloqueada. El joven primer oficial había accionado la palanca de bloqueo de la puerta.

El comandante del Airbus llama por el interfono, pero no hay respuesta, mientras desde el centro de control lanzan varias señales de alerta. Golpea la puerta, quizás ya consciente del descenso del avión. Cada vez más fuerte. Un intento desesperado de derribar una puerta blindada. Se activan las alarmas que alertan de un impacto inminente. Empiezan a oírse los gritos de los pasajeros, conscientes del peligro no solo por el descenso hacia una zona montañosa, sino porque el avión toca con su panza una ladera antes del impacto definitivo. La respiración «normal» de Andreas Lubitz acompasa el tránsito hacia el final. Según el fiscal, los pasajeros solo lo presintieron en los últimos instantes.

Las preguntas

Ahora llegan los interrogantes. Pasar de las hipótesis sobre tecnicismos aeronáuticos a las oscuridades de la mente humana. «¿Es un suicidio?», le preguntó un periodista al fiscal. «Prefiero no llamarlo así porque el copiloto tenía la responsabilidad sobre 149 personas», respondió armado de sentido común. «¿Es un acto terrorista?», preguntó otro. No hay, respondió el fiscal, ningún vínculo conocido con organizaciones terroristas. ¿Por qué lo hizo entonces?

Los indicios racionales son por tanto los siguientes, según la Fiscalía de Marsella: «La interpretación más verosímil es que el copiloto, voluntariamente, rehusó abrir la puerta de la cabina al comandante y accionó el botón de pérdida de altitud, por una razón que ignoramos totalmente, pero que puede interpretarse como una voluntad de destruir el avión».

La Policía inició rápidamente una investigación. La familia del copiloto, que se había trasladado a Francia para asistir a las labores de rescate, fue inmediatamente separada del resto. La Gendarmería va a interrogarles.

«Sean cuales fueran las medidas de seguridad que puedan tenerse en una compañía, o el rigor de los procedimientos, nada podría impedir semejante acto aislado», afirmó Spohr, con la misma cara de incredulidad que el día anterior. Ayer varias compañías se comprometieron a que al menos dos personas permanezcan siempre en cabina. Más cambios promovidos por un accidente.