Auschwitz: un millón doscientas mil víctimas

INTERNACIONAL

ROLF VENNENVERND | Efe

El martes se cumplen 70 años de la liberación, por parte del ejército rojo, de uno de los mayores escenarios de la locura nazi. unas 3.000 personas de 28 países honrarán allí con velas a las víctimas.

27 ene 2015 . Actualizado a las 15:43 h.

La sensación es extraña. Cuesta imaginar lo que ocurrió entre 1941, cuando los alemanes desarrollaron sus primeros ensayos con Zyclón B, y el 23 de enero de 1945 en el interior de los edificios de Auschwitz I, cerca de la ciudad polaca de Cracovia, o en el entorno de los barracones de madera de Auschwitz II o Bikernau. Hasta los que desconocen los datos exactos que yacen escondidos bajo el felpudo de la historia, notan ahí una especie de presencia. Puede ser la del más de un millón doscientas mil personas -un 93 % judíos- que fueron ejecutadas en las cámaras de gas construidas bajo la hierba de Bikernau o los que murieron entre los muros del que fue un cuartel del ejército polaco, en Auschwitz I.

Pero más espeluznante que las montañas de pelo -cuando los soldados rusos entraron en el campo hallaron unos 6.000 kilos de cabello humano con los que los alemanes fabricaban mantas- o los montones de latas de Zyklon B -el gas que utilizaban los alemanes para ejecutar la Solución Final capitaneada por Himmler- es la sensación de estar junto a los barracones de madera mientras el viento corta la cara. «Se tiene una sensación extraña -explica Agustín Núñez Martínez, actual embajador de España en Polonia- porque Bikernau fue construido para matar. Auschwitz I era un cuartel.

En un primer momento fue un campo para presos políticos, luego para presos de guerra y luego ya para judíos llegados de todos los territorios ocupados, pero muchos de ellos polacos». Uno de los últimos grupos en desembarcar de los trenes que llegaban prácticamente hasta la entrada de las cámaras de gas fueron 300.000 judíos húngaros. Muy pocos de los que llegaban en aquellos vagones sobrevivían. Algunos eran escogidos para trabajar por los médicos del campo comandado por Rudolf Hoess. Pero la esperanza de vida de esos elegidos era corta. Muchos no lograban aguantar ni un mes. Pero la mayor parte iban directamente a «las duchas». De ellas solo salían cadáveres, esquilmados luego por los alemanes. Cualquier objeto de valor, desde un diente de oro a una sortija les era arrebatado justo antes de ser incinerados en los hornos crematorios construidos en el campo.

JACEK BEDNARCZYK

Pero de no haber intervenido el entonces embajador de España en Hungría, Ángel Sanz Briz, los judíos húngaros ejecutados habrían llegado a ser muchos más. «Lo que hizo fue dar pasaporte español a muchos judíos que vivían en Hungría y llegó a refugiarlos en varios locales que habilitó la embajada a esos efectos», apunta Núñez Martínez. Años después el Estado de Israel lo distinguió con el título de Justo entre las Naciones. La intervención de Sanz fue en los últimos meses de 1944, poco antes de que las tropas soviéticas entraran en Auschwitz. Los tanques del Ejército Rojo cruzaron la alambrada que protegía el campo dejando sus grandes huellas sobre la nieve.

El frío era atroz aquel 27 de enero de 1945. Justo diez días antes, el Gobierno del III Reich había ordenado evacuar la instalación ante la inminente llegada de las tropas rusas. No podían dejar pruebas. Las últimas columnas partieron del campo el 21 de enero. Fueron unas 56.000 personas las que emprendieron aquella marcha de la muerte a pie, entre el frío y la nieve. Sucumbieron unas 9.000. Por eso, cuando los tanques rusos llegaron a Auschwitz solo hallaron en torno a unas 7.000 personas, que parecían sombras. Pasado mañana jefes de estado o altos cargos de unos 28 países de todo el mundo recordarán con velas junto a 300 supervivientes a todos los que sufrieron aquella locura, a todos los que fueron conducidos a la muerte en un tren desde los diferentes puntos de la Europa ocupada por Hitler. Y lo que uno continúa preguntándose cuando está allí es cómo a nadie durante la guerra se le ocurrió bombardear aquellas vías. Pero no está mal recordar. Para que no vuelva a ocurrir. Por