el mundo entre líneas
Petro Poroshenko tenía un plan y un tiempo límite para ejecutarlo. Sabía que después de su elección como presidente en mayo, disponía tan solo de un trimestre para acabar con el desafío soberanista en el este de Ucrania o tirar la toalla y negociar una paz. Lo ha intentado y le ha salido mal. El alto el fuego es el gesto de tirar la toalla y era bastante más previsible de lo que parece.
Es posible que Rusia haya reforzado a los rebeldes con algunas unidades de operaciones especiales y algunos tanques para la ofensiva que ha hecho pedazos al ejército ucraniano, pero desde luego no en la proporción de «miles» que se ha dicho, y que no hubiesen pasado desapercibidos a los monitores que la OSCE tiene desplegados en la frontera. En todo caso, no es esa la clave del derrumbe de las líneas ucranianas, sino un error táctico habitual en el uso de unidades motorizadas: un avance demasiado rápido que permitió a los rebeldes cortar sus líneas de avituallamiento y dejarlos aislados. El «rápido avance» de las tropas gubernamentales solo ha servido para proporcionar tres semanas de titulares engañosos. Efectivamente, los rebeldes cedían terreno, pero era porque habían optado por distraer recursos para embolsar a los soldados de Kiev. Cuando estos se rindieron finalmente, las milicias rebeldes pudieron concentrarse en la ofensiva que hemos visto en los últimos diez días. La «invasión masiva» de tropas rusas es un intento de justificar este desastre ante la opinión pública.
Los prorrusos sentirán ahora que podían haber sacado más provecho de su ofensiva, pero Putin los obligará a contenerse, porque el alto el fuego es para él agua de mayo. En el peor de los casos, el conflicto quedará congelado y Ucrania no podría integrarse en la OTAN -los estatutos de la organización prohiben el ingreso de países con contenciosos territoriales. Por otra parte, en un escenario ahora mismo más probable, se llegará a un acuerdo para la federalización de Ucrania, lo que otorgaría al este prorruso igualmente el derecho de veto sobre el ingreso en la OTAN. Y Occidente no va a poder mantener las sanciones económicas contra Moscú, sobre todo en vista del daño que están haciendo a la agricultura europea. La verdadera duda está en si Poroshenko sobrevivirá políticamente a la decepción de sus compatriotas, a los que prometió una victoria rotunda, pero de su bando. Su primer ministro, Arseny Yatseniuk, el hombre de Washington en Ucrania, ya ha hecho pública su indignación con la tregua. Se verá en las elecciones que Poroshenko ha convocado para el mes que viene y con las que pretende formar su propia base parlamentaria. Lo tiene complicado. Vender una derrota no es tan fácil como vender una victoria. Aunque, cuando la victoria es imposible, la derrota se puede vender como paz.