«A veces pienso qué hago aquí y no lo entiendo»

INTERNACIONAL

VÍTOR MEJUTO

Los centenarios Marcial Calvo Hermida, de Narón, y Francisca González Perez, de Sober, han sobrevivido a dos Guerras Mundiales y a una Guerra Civil, lúcidos y contentos con la suerte que les ha tocado en su prolongado viaje vital.

03 ago 2014 . Actualizado a las 12:35 h.

Han visto pasar un siglo ante sus ojos. Los que cumplen ahora la centena nacieron en un momento convulso: el año en el que para los historiadores comenzó de verdad el siglo XX (el del cambalache, como dice el tango), esa etapa en la que la gran ilusión de paz que traía la revolución industrial y técnica murió ahogada en consecutivos baños de sangre que protagonizaron las naciones supuestamente más civilizadas. En Galicia, según las proyecciones de población del INE, viven hoy 942 personas centenarias, que nacieron o ya vivían en 1914; 676 son mujeres y otros 266, hombres. Dos de ellos, Marcial Calvo, de Narón, y Francisca González, de Sober, ambos con una envidiable lucidez, hablaron para ExtraVoz de sus recuerdos.

Los de la guerra mundial que estalló cuando vinieron al mundo son vagos. «Mis padres me hablaron de ello como una cosa horrible pero nunca nos llegó a afectar». Y podía habelo hecho, porque Francisca, Panchita para los amigos, nació en Calabazar de La Habana, en Cuba, y hasta cumplir los doce «vinimos cinco veces a Galicia, a pasar temporadas con los abuelos», en Vilaescura, Sober. Eran viajes en trasatlántico, pero no les tocó sufrir el bloqueo de los mares.

La guerra que recuerdan es otra, la que sufrieron cuando tenían 22 años. A Panchita la pilló en Barcelona, ya casada. «Aquello de colocar a la gente delante de un muro y fusilarlos... mejor no recordarlo». Marcial fue reclutado por la Marina y participó en la contienda española como alférez provisional, buena parte de ella con una brigada italiana.

Otra Galicia

Panchita es una mujer culta. «Iba a la escuela en Cuba, cuando aún estábamos separadas de los negros y los mulatos, y cuando veníamos aquí, como en Vilaescura no había escuela, nos internaban en Ourense, para que no perdiéramos el curso». Ella, como Marcial, fueron, en este aspecto, afortunados. En 1914 solo un 31 % de los gallegos sabían leer y escribir. El censo de 1910 contabiliza 302.500 niños menores de 12 años en toda la comunidad, y solo 83.500 aparecen escolarizados

Los dos pueden felicitarse por su buena salud. Cuando nacieron, la esperanza de vida era de 46,4 años, que ambos han duplicado con creces. Mientras alemanes y franceses chocaban en Verdún, los gallegos morían a causa de plagas todavía letales, como la tuberculosis, la gripe o el tifus.

Cuando nacieron, vivían en Galicia 700.000 personas menos que hoy, pero eran dos millones entre veinte millones de españoles, un 10 % frente al 5,9 % actual. Era un país agrario y pesquero: tres cuartas partes de la población activa se ocupaban en el sector primario, más que la media española, del 66 %. Pero ya había comenzado la transición hacia la vida urbana: en una proporción parecida a la media española, una cuarta parte de los gallegos habitaba en municipios de más de 10.000 habitantes. Había otra Galicia, esa sí netamente urbana, la de La Habana -en la que se crió Panchita- y Buenos Aires, poblada al menos por otros 600.000 gallegos. Entre los años 12 y 15 salieron de esta tierra unos 250.000 emigrantes desde los puertos de Vigo y A Coruña. Ya era, por esa causa, una comunidad envejecida.

Marcial se educó «ahí enfrente», en Neda. Luego estuvo en el seminario y, por fin, fue maestro, con su primera plaza en Ortigueira. «Me vine para aquí en el año 42, a O Trece, en Sedes, para una escuela muy buena que quedó vacante». En 1954, «las fuerzas vivas de Narón vinieron a buscarme para que fuera alcalde. Yo no quería, pero ya lo tenían decidido». Y así, casi sin querer, ejerció durante veinte años, pero nunca dejó el magisterio. «Hice una buena casa consistorial, con una plaza delante; un grupo escolar importante, venían dos o tres autobuses con alumnos de Ferrol, y que ahora es escuela primaria. Hice veinte escuelas», dice. Hoy se encuentra feliz de vivir en el pueblo que ayudó a crear y que es una de las principales localidades de Galicia por su volumen de población.

Le preguntamos qué es lo que más le ha impactado entre los muchos avances que se han producido desde su juventud y aquí resurge su vena de alcalde: «El asfalto en las carreteras. Antes era terrible, con el macadam, de piedra machacada, y aquellas apisonadoras enormes, como locomotoras. Creo que fue en el año 25 cuando se empezó a usar alquitrán, y hoy se hace en un momento y queda la carretera lista para diez años». Panchita vive ahora, después de morir su única nuera, en la residencia que la Fundación San Rosendo tiene en Sober, un edificio cómodo, de planta baja, rodeado de jardines. «Aquí estoy muy bien atendida, muy contenta», dice. A ella, lo que más le gusta de este mundo moderno es la facilidad para viajar, «porque yo siempre fui muy viajera, primero de Cuba a España, después a los diferentes destinos que le tocaban a mi marido». Los dos demuestran que lo interesante del viaje, como dijo Cavafis, no es el destino, sino el viaje mismo. Que sea para todos tan largo como el de Panchita y Marcial.