La odisea a la que se enfrentan los menores provoca frustración y depresión

La Voz

INTERNACIONAL

13 jul 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Han recorrido centenares de kilómetros desde países como El Salvador, Honduras o Guatemala. Algunos huyen de la violencia que reina en las calles de sus países. Otros van en busca de unos padres a los que apenas conocen. Y los hay que únicamente quieren atrapar un sueño. Ese que se esfuerzan en retratar las grandes superproducciones de Hollywood que muchos observan a través de los televisores blindados tras los escaparates de las tiendas de electrodomésticos de Tegucigalpa o San Salvador.

Para los miles de menores que cruzan solos el Río Grande esa gran ilusión va diluyéndose poco a poco hasta acabar convertida en una pesadilla. Sobre todo cuando acaban hacinados en los polémicos centros de detención para inmigrantes de EE.UU. a la espera de un juicio para ser deportados. Ante la avalancha ya han anunciado que abrirán más. Trastornos conductuales, ansiedad, depresión y problemas cognitivos a largo plazo son solo algunas de las consecuencias que todas esas vivencias pueden tener en la salud mental de los pequeños. En el peor de los casos acaban incluso suicidándose. Eso fue lo que le ocurrió a Noemí Álvarez, una niña de Ecuador de doce años, cuya historia fue recogida en abril por The New York Times.

Una paradoja

«El hecho de no poder reencontrarse con sus padres, después de que fuera deportada pudieron dejar a la pequeña en un estado de frustración que pudo haberla llevado a hacer lo que hizo», explica Jacqueline Bhabha. Por eso, esta investigadora se pregunta «por qué Estados Unidos se comporta de esa manera con los pequeños cuando está hablando constantemente de la defensa de los Derechos Humanos».

En este sentido describe el tortuoso camino que han de cruzar estos niños. «Los viajes son terribles. Los coyotes piden mucho dinero. Viajan ocultos en coches. A veces han de enfrentarse a episodios de violencia sexual. Todo ello les supone un trauma», describe esta investigadora. «Hay muchos casos terribles. La frustración y la desesperación son algunas de las consecuencias de verse solos o lejos de sus padres», sostiene.

Lo peor es que, cuando creen que han llegado a destino, dan con sus huesos en un centro en el que no pueden acceder a nada, sin más expectativa que la espera para cruzar a la inversa el Río Grande.