Las deportaciones de EE. UU. nutren la llegada de niños solos a su frontera

María Cedrón REDACCIÓN / LA VOZ

INTERNACIONAL

Una investigadora de Harvard advierte que la devolución de delincuentes a Latinoamérica contribuye a la violencia de la que huyen los menores

13 jul 2014 . Actualizado a las 12:31 h.

«Estados Unidos debería cambiar la política de deportación de delincuentes a Latinoamérica». Aunque a priori parece no guardar relación, para la directora de Recerca, abogada y profesora de Salud y Derechos Humanos de la Universidad de Harvard, Jacqueline Bhabha, ahí podría estar uno de los orígenes de la «crisis humanitaria» -como la ha calificado el propio Barack Obama- a la que se enfrenta el país con la llegada en masa de inmigrantes menores no acompañados. Las autoridades norteamericanas llevan contabilizados desde octubre más de 52.000, pero se estima que este año podrían llegar a alcanzar entre 80.000 y 100.000, unas cantidades que han desbordado totalmente al Gobierno.

«Muchos de los niños que llegan están huyendo de la violencia que reina en las calles de sus respectivos países. El desembarco de los delincuentes deportados, la mayor parte vinculados al tráfico de drogas, resulta el caldo de cultivo que alimenta esa violencia de la que huyen», afirma. Muchos de esos niños, algunos con padres emigrados en Estados Unidos, viven en la calle y carecen de acceso a la educación debido al elevado grado de pobreza de sus respectivos países. Otros han quedado al cuidado de unos abuelos que apenas ganan para darles alimento.

La investigadora, que acaba de publicar Child Migration and Human Rights in a Global Age, explica que muchos de esos delincuentes que están siendo deportados llegaron a Estados Unidos cuando eran niños, pero han crecido en Norteamérica. Al ser expulsados, añade, «están exportando las prácticas delictivas que reinan en las capitales donde han vivido todo ese tiempo, como Los Ángeles, a sus países de origen. Los Maras de El Salvador u Honduras, por ejemplo, están adoptando prácticas que esas personas han traído de Estados Unidos. El haber vivido allí les da más prestigio en ambientes marginales de sus países».

Estatus de refugiado

Huir de la violencia les da a muchos de esos menores la alternativa de solicitar la condición de refugiados. «Resulta algo a lo que tendrían derecho. Aunque hay los que defienden que se les trate de igual modo que los menores que llegaron de Cuba en los años ochenta, tampoco es una política que deba aplicarse en general porque hay menores que han llegado por otros motivos. Habría que analizar cada caso. Es complicado», dice. De hecho, hay algunos que cruzan la frontera en busca de sus padres o los que únicamente quieren atrapar el sueño americano.

Lo que está claro es que un problema añadido a su precario estado en los centros de detención es la falta de una ayuda jurídica pública en los procesos que se abren contra ellos al llegar a Estados Unidos. «Obama ha anunciado que daría prestaciones para pagar a un centenar de abogados que se ocupen de darles apoyo legal, pero eso no basta. Tocaría a uno por mil. Aquí estamos preparando personal para que acaben especializándose en esos casos», apunta.

Esa no es la única estrategia que el Gobierno de Obama tendría que revisar para atajar el problema de los menores. Bhabba critica el incremento de fondos dirigidos al control de la frontera. A su juicio, esa no es la solución: «Habría que dedicar esos fondos a mejorar la calidad sanitaria de los centros, que tuvieran ropa, comida, que no pasaran frío y que fueran atendidos por trabajadores sociales competentes», explica. De hecho, comenta que estos días los habitantes de Texas son los que les están proporcionando ropa y comida. Además habla de la urgencia de desarrollar políticas de ayuda en los países de origen para que tanto los pequeños como sus padres puedan tener un futuro. «Lo que ha hecho España en Marruecos o Mauritania es un ejemplo que podrían tener en cuenta», sugiere.

Un paso importante para solucionar el problema de los niños, añade, sería arreglar el problema de los 11 millones de sn papeles que trabajan en el país. «Los padres de muchos de esos menores llevan años trabajando en Norteanmérica. Al regularizarlos, muchos pequeños podrían quedar aquí», concluye.