Pan, escasa comida, bombardeos y miedo llenan las mesas del Ramadán en Gaza

La Voz SAUD ABU RAMADÁN | EFE

INTERNACIONAL

STRINGER

Los ciudadanos observan como sus casas se convierten en el escenario de la tercera operación bélica de Israel contra el movimiento islamista Hamás

09 jul 2014 . Actualizado a las 19:17 h.

Pan acumulado en la despensa que poco a poco se endurece, algo de arroz, agua, dátiles y el sonido de los misiles y de los cohetes visten este año, junto al miedo, la mesa de Ramadán en Gaza, escenario de la tercera operación bélica de Israel contra el movimiento islamista Hamás.

«Estamos verdaderamente asustados esta vez, porque tememos que todo se complique más. Por eso he comprado mucho pan, para guardarlo», explica Mohamad Arafat, un comerciante de ropa de 38 años, padre de cuatro hijos.

Con el rostro cansado, hace cola frente a una de las pastelerías aún abiertas en medio de este cíclico círculo de violencia, pobreza, temor y resignación que padece Gaza desde que Hamás se hizo con su control en el 2007 e Israel levantó un cerco militar en su perímetro.

Un aislamiento que Egipto ayudó a completar a finales del pasado año, cuando decidió destruir todos los túneles de estraperlo con los que la franja se surtía y cerrar el paso fronterizo de Rafa, única puerta con el mundo.

Informes de la ONU advierten desde hace tiempo de que Gaza será un lugar «inhabitable» en el 2020, ya que a la escasez se unirán la contaminación de la tierra y la muerte de los recursos hídricos, tanto subterráneos como costeros.

La situación se ha agravado desde que la aviación y la marina de guerra israelí iniciaron, en la madrugada del lunes al martes, una ofensiva para detener el lanzamiento de cohetes en la que ya han muerto cerca de 40 personas, en su mayoría civiles, siete de ellas niños.

«Aquí en Gaza no tenemos protección, yo salgo de mi casa y no puedo saber si lanzan un misil contra una motocicleta o contra un coche, que quizá pasa por la misma calle y puedo morir o resultar herido», explica Arafat.

«Todo pasa de repente. No sabemos con antelación que Israel va a atacar. No hay sirenas en Gaza que nos avisen de que van a bombardear y que debemos salir corriendo para protegernos. Solo los afortunados sobreviven», subraya.

La operación comenzó de madrugada, cuando los gazatíes se preparaban para el undécimo día de abstinencia de los 28 que exige el Corán.

Casi al mismo tiempo que los muecines llamaban para la primera oración del nuevo día, vecinos del barrio de Remal, en el oeste de la franja, como el propio Arafat, escucharon las primeras explosiones.

Desde entonces, según cifras proporcionadas por el mando castrense, las fuerzas israelíes han atacado 31 túneles, 60 lanzaderas de cohetes y 27 edificios y posiciones relacionados con Hamás, en respuesta al lanzamiento de 227 cohetes, 57 de los cuales fueron interceptados por el escudo antimisiles.

La mayor parte de las calles de Gaza están vacías y la mayoría de los 1,8 millones de habitantes que viven encerrados en esta lengua de tierra costera pasan las horas en sus casas, sin apenas electricidad y pendientes del ruido, temerosos tanto del estruendo como del silencio absoluto.

Solo a media mañana y a últimas horas de la tarde se observan colas de hombres, mujeres y niños delante de las panaderías y de los pocos comercios abiertos, listos para la cena que rompe con más de 12 horas de ayuno.

«Acabamos de escuchar que dos niños han muerto cuando jugaban en un descampado. Nadie pudo avisarlos, estamos sin protección», se lamenta Arafat.

Dueños de algunas viviendas atacadas por Israel y en las que, al parecer, vivían activistas de Hamás admiten que recibieron llamadas de alguien que se identificó como miembro de las fuerzas israelíes y que les conminó a abandonarlas, pero en otros objetivos esas alertas no existen.

Yazan Rajab, en la treintena, es pesimista este año sobre el fin del Ramadán, tiempo normalmente de celebración, buena comida y agenda apretada de visitas a familiares.

«Tememos que la situación empeore y que todas las panaderías y todas las pastelerías cierren. La gente ya muere aquí de hambre por el cierre de Rafah y del paso de Kerem Shalom (que controla Israel). Todo se agotará y no sabemos cuándo abrirán», se queja.

Jalil Kasab, 40 años, padre de ocho hijos, decidió quedarse en casa de su hermano, en el corazón de Gaza, al considerar que está menos expuesta que la suya, en el norte.

«Mi familia y yo tenemos miedo porque no estamos protegidos. No hay sirena, nadie nos avisa, así que todos tenemos la sensación de ser objetivo. Y esto tiene pinta de empeorar», concluye.