«Adoro al pueblo ruso, pero odio a Putin, es un dictador»

Katherine HADDON DJANKOI / AFP

INTERNACIONAL

THOMAS PETER

El referendo de adhesión divide a familias como los Onoprienko

15 mar 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

El referendo de adhesión de Crimea a Rusia es el tema de conversación a evitar en la familia Onoprienko, que reside en la ciudad Crimea de Djankoi. Dima, estudiante de Informática de 17 años, fan de los Beatles y de la serie Breaking Bad, y su madre Olga, profesora, les gustaría que la región mantuviera su estatuto de autonomía dentro de Ucrania. Su hermano mayor, Jenia, de 20 años, que pasa horas en el gimnasio, y su padre Olexander, taxista, en cambio consideran que solo la reunificación con Rusia podría aportar trabajo y estabilidad.

«Nos peleamos durante horas: una, dos, tres, cuatro horas, tenemos discusiones muy largas», admite Dima en el salón de su casa. «Adoro al pueblo ruso, pero odio a Putin, es un dictador», sentencia.

Se espera que la población de origen ruso, más del 60 por ciento, se decante mañana a favor de la unión con Moscú. Solo la minoría musulmana tártara boicoteará el referendo. Al grito de «Putin márchate» y «Soldados rusos volved a casa», medio millar de tártaros se manifestaron ayer en Bajchisarai. «No queremos ni pensar en la posibilidad de volver a Rusia», declaró Fátima Suittarova, de 40 años.

Esa más que probable posibilidad provoca horror a los que, como Dima y Olga, vivieron con alivio la caída del Gobierno prorruso de Víktor Yanukóvich. Sin embargo son muchos los que en Crimea, un territorio que perteneció a Rusia hasta 1954, celebran ya la reunificación.

Línea de fractura

Para Jenia, los lazos con Rusia nunca serán lo suficientemente estrechos. «Para mí, ante todo hay que asegurarse de que no va a estallar una guerra», dice, mientras muestra fotos de amigos que posan con miembros de las fuerzas prorrusas en la ciudad. «Si no estuvieran los rusos aquí, habría las mismas manifestaciones que en Kiev. Algunos trataron de derribar la estatua de Lenin en la plaza grande, pero lo hemos impedido», dice.

La línea de fractura entre ambos pareceres concierne también a los padres. «Los mayores suelen decir que vivíamos mejor con los comunistas, pero yo digo que vivíamos mal y que ahora es todavía peor», asegura Olexander, de 55 años. «Desde que cayó la URSS, las fábricas se han parado. Si volvemos a ser rusos, aquí volverán los puestos de trabajo».

Olga vierte una lágrima cuando empieza a hablar mientras prepara la cena. «Ucrania es mi madre patria, y todo eso que promete Rusia no es más que queso en una trampa para ratones», dice. «Al inicio, me costó mucho aceptar que mi marido se decantara por Moscú. Ahora sé que los resultados del referendo están claros, entonces me preparo a aceptarlo».

A pesar de estos desacuerdos políticos, la familia Onoprienko asegura que se mantendrá unida. «He educado a mis hijos para que sean capaces de hacerse su propia opinión», asegura el padre Olexander.