La impronta del «apartheid» aún genera desigualdad

Pablo González
pablo gonzález REDACCIÓN / LA VOZ

INTERNACIONAL

El 43,5 % de los sudafricanos admite que no habla con gente de otra raza

07 dic 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

El sistema de separación de razas y derechos establecido en Sudáfrica desde 1948 hasta principios de los noventa ha dejado una huella de desigualdad e incomunicación entre razas que los sucesivos gobiernos post apartheid del Congreso Nacional Africano (CNA) apenas han podido contrarrestar. Muchos sudafricanos viven todavía en mundos raciales estancos, como refleja el Barómetro de la Reconciliación del 2012. Un 43,5 % de los encuestados admitía que rara vez o nunca hablaba con alguien de otra raza.

El origen racial determina todavía el voto en las elecciones: el Congreso Nacional basa su apoyo en la mayoría negra y apenas cuenta con líderes de otras razas, mientras que los blancos se decantan por la Alianza Democrática. El racismo blanco sigue vivo en amplias zonas rurales y el populismo negro antiblanco sigue teniendo un amplio respaldo en el partido gobernante, cuyos líderes todavía entonan el himno de guerra del brazo armado del CNA que tanto indigna a algunos blancos, como recuerda John Campbell en Council on Foreign Relations.

Tantos años sin derechos, en las reservas bantúes que eran precisamente las zonas menos fértiles del país, o en guetos suburbanos como Soweto, han complicado el acceso de la mayoría negra al bienestar. Los críticos con Mandela le reprochan su pragmatismo con los poderes económicos blancos y su interés en no molestarlos demasiado, más intenso que las políticas activas para reducir la desigualdad. Pero el hecho es que en los hogares negros entra una sexta parte de lo que ingresan los blancos y la esperanza de vida se redujo estrepitosamente -de 62 a 50 años- por la débil reacción de los poderes públicos ante la plaga del SIDA.

El presidente sudafricano, Jacob Zuma, suele agarrarse a que las «profundas huellas» de la segregación «no se pueden borrar en solo veinte años» para atenuar la responsabilidad del partido de Mandela en estos fracasos. Pero dentro de su propia formación hay un sector crítico que reprocha esa coartada política perfecta que es atribuir todos los males de Sudáfrica al apartheid. El hecho incontestable es que desde que el CNA llegó al poder la brecha entre los más pobres y los más ricos se ha agrandado, aunque también una incipiente y crucial clase media negra ha surgido al calor de las reformas.

Violencia y corrupción

Como una reacción en cadena que no parece fácil de frenar, esta desigualdad genera violencia, otro de los graves problemas a los que se enfrenta la sociedad sudafricana. En este debate perpetuo sobre el pesado legado de la política de segregación, el arzobispo Desmond Tutu reflexiona a menudo si esa es la razón «de que nos hayamos convertido en una de las sociedad más violentas». También es una de las más corruptas. El Gobierno se ha visto obligado a publicar los nombres de los corruptos y crear una agencia especial para combatirlos, mientras se erosiona inevitablemente la confianza de los sudafricanos en su sistema.