Un sicario acaba con la madrina de Pablo Escobar en su retiro de Medellín

julio á. fariñas REDACCIÓN / LA VOZ

INTERNACIONAL

Dos «sonoros balazos» disparados por un sicario sin mediar palabra acabaron el pasado lunes con la ajetreada vida de Griselda Blanco de Trujillo

05 sep 2012 . Actualizado a las 07:00 h.

El mundo del narcotráfico no contempla la jubilación de sus protagonistas.

Dos «sonoros balazos» disparados por un sicario sin mediar palabra, según precisa la crónica negra de la prensa colombiana de ayer, acabaron el pasado lunes con la ajetreada vida de Griselda Blanco de Trujillo a las puertas de una carnicería del barrio de Belén, en Medellín, ciudad en la que resía discretamente desde hace ocho años.

Casi con tantos apodos como crímenes en su abultado historial delictivo, la que fuera conocida en los años setenta como reina de la cocaína y a la que más tarde Pablo Escobar adoptó como madrina, fue víctima de la misma medicina que ella recetó hace poco más de 33 años al colombiano Germán Jiménez Panesso en la licorería de un centro comercial de Miami. Un suceso sobre el que las autoridades estadounidenses nunca dudaron que llevaba la marca de esta mujer que ya distribuía kilos y kilos de cocaína en el país cuando el fundador del cartel de Medellín aún no había pasado de simple ladrón de coches.

Aquel episodio, uno más en la larga lista de crímenes que se le atribuyen a Blanco, según relata Max Mermeltein en su libro El hombre que hizo llover coca, fue el punto de partida de la guerra de los llamados cocaine cowboys (los jinetes de la cocaína). Según el autor, «si Griselda Blanco no hubiese existido, no habrían existido las guerras de la cocaína».

La leyenda cuenta que Griselda comenzó su vida criminal muy joven en las calles de la capital antioqueña a la que su madre se mudó desde la costa caribeña en medio de la pobreza y la violencia. Se dice que cometió su primer crimen en esa ciudad, donde asaltaba a transeúntes en las calles acompañada de una pequeña banda de niños muertos de hambre.