Fin de «monsieur bling-bling», triunfo de «monsieur normal»

La Voz MIGUEL A. MURADO

INTERNACIONAL

pinto

07 may 2012 . Actualizado a las 06:00 h.

C uando el general Charles de Gaulle se sacó de la manga las normas para la elección presidencial directa, se preocupó de diseñarlas para que la izquierda no pudiese ganar nunca. Y así ha sido casi siempre durante medio siglo. La victoria de Mitterrand en 1981 requirió una conjunción planetaria (la pelea intestina de la derecha entre Giscard d?Estaing y Jacques Chirac, el apoyo del Partido Comunista). Luego, su reelección fue pura inercia. De Gaulle había impuesto mandatos tan largos (siete años) que los votantes casi no recordaban haber votado otra cosa y reelegían presidentes por rutina. La victoria de ayer de François Hollande rompe con esas dos tradiciones de la Quinta República: ha ganado la izquierda, y Nicolas Sarkozy, junto con D?Estaing, pasa a ser uno de los dos presidentes que no han logrado repetir.

La explicación fácil, la de que Sarkozy ha sido la última víctima de la crisis económica, no encaja bien con los datos económicos franceses, que no son especialmente malos. La razón hay que buscarla en otro lado: en la personalidad del ya expresidente y, también en alguna medida, en su propio impacto en el mapa político francés.

Desfile de egos

Primero, lo personal. No es que los franceses tengan ningún problema con el narcisismo. Desde De Gaulle hasta Chirac, la Quinta República ha sido un desfile de egos. Pero para la presidencia de este país monárquico que se cree republicano se prefiere la dignidad mayestática de un Mitterrand, aunque sea falsa, a la banalidad, aunque sea sincera, de un Sarkozy que admite que le gusta el lujo.

Su ansia de controlarlo todo y de hacerlo todo él, más por hiperactividad que por ambición, han acabado aislándolo. Quizás sea simbólico que este mandato que termina en el divorcio con su electorado comenzase con la sonada ruptura de su matrimonio. A Sarkozy no le ha derribado un eslogan político sino una onomatopeya, bling-bling, el término popular en Francia para referirse al nuevo rico.

Aislamiento

El aislamiento de Sarkozy también ha sido político, y ha existido desde el primer momento. No era él el elegido por la derecha para competir en el 2007, sino el elitista Dominique de Villepin, el delfín de Chirac al que Sarkozy apartó de un codazo tomando el partido de «la gente honrada del pueblo» contra la «canalla» durante los disturbios del extrarradio de París.

La derecha tradicional chiraquiana nunca se lo perdonó y, para compensar ese agujero en su electorado, Sarkozy se puso a pescar votos en la extrema derecha. Le funcionó en el año 2007, pero le ha costado la reelección en el 2012, porque una vez dignificado y homologado su discurso desde el palacio del Elíseo, es ahora el Frente Nacional el que pesca votos en el UMP de Sarkozy.

El ganador, François Hollande, es consciente por su parte de que ha sido elegido por defecto. No por lo que es sino por lo que no es (monsieur normal se hizo llamar en campaña). Esto supone ya una ventaja, porque le permite inventarse a su gusto. La experiencia es un grado, pero la inexperiencia también, porque permite empezar de cero. Su partido llega al poder sin haber resuelto sus crisis internas.

Otra ventaja para Hollande, porque también podrá rehacerlo a su medida. Incluso el calendario le favorece: llega en el momento justo al gran embrollo europeo, en el que puede calzarse cómodamente la armadura de campeón de las políticas de expansión cuando la austeridad de la canciller Angela Merkel se ha revelado un fracaso.

Será una batalla difícil, pero cómoda, porque François Hollande tendrá la corriente a su favor. Irónicamente, se espera más de él fuera de Francia que en la propia Francia. Allí, por el momento, le bastará con hacer bien algo que le tiene que resultar extremadamente fácil: no ser Sarkozy.