Palestina quiere cambiar las reglas

Rosa Paíno
Rosa Paíno REDACCIÓN / LA VOZ

INTERNACIONAL

Su deseo de ser un Estado pone en aprietos a Barack Obama y en alerta a Israel

18 sep 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

Los palestinos están decididos a dar un golpe en la mesa para sacar del coma el proceso de paz con Israel y obtener lo que ni la lucha armada ni dieciocho años de negociaciones han conseguido: que Palestina sea reconocido como un Estado. Israel se ha puesto manos a la obra para acordar una estrategia con EE. UU. y Europa ante lo que se le viene encima esta semana en la ONU.

Treinta y seis años después de que Yaser Arafat se presentara con una rama de olivo en el estrado de la ONU, el presidente Mahmud Abás formalizará el viernes en el mismo lugar su demanda al Consejo de Seguridad de que Palestina se convierta en el 194 Estado miembro de la ONU, con las fronteras del 4 de junio de 1967, es decir, las previas a la guerra de los Seis Días, con Jerusalén este como capital. Un paso hacia adelante cuya principal consecuencia es que Palestina sería oficialmente un país ocupado por Israel.

Ni las amenazas ni las presiones le han hecho desistir de ese movimiento, el más arriesgado y el de más confrontación con EE. UU., ya que sabe que tiene el veto asegurado.

El Gobierno de Abás busca romper la baraja y repartir de nuevo las cartas, es decir, obligar a Tel Aviv y a Washington a reactivar el proceso de paz, pese a los graves riesgos que conlleva. Su órdago puede tener un alto precio: enfadar a Washington -y perder unos 367 millones de euros en ayudas- y a Israel -que podría rescindir lo logrado hasta ahora, además de hacer aún más imposible la vida en Cisjordania y Gaza- . O, la más peligrosa, provocar una espiral de violencia.

Pero también tendrá un precio para el presidente Barack Obama. Su anunciado veto en el Consejo de Seguridad puede romper su luna de miel con el mundo árabe -el ex embajador saudí en EE. UU. Turki al Faisal pronostica en The New York Times un declive de la influencia de Washington-. Los ciudadanos árabes no entienden la actitud de un presidente que se opone a las aspiraciones palestinas mientras jalea a los revolucionarios que echaron del poder a Mubarak y a Gadafi.

La influencia de las revueltas

Pero, ¿por qué ahora? La primavera árabe ha envalentonado a los palestinos para cambiar su actual estatus, hastiados de una realidad que apenas ha cambiado desde que hace casi un cuarto de siglo la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) proclamara en un acto simbólico en Argel un Estado propio.

Los asentamiento de Cisjordania y Jerusalén este se han duplicado desde que en 1992 se firmaron los acuerdos de paz en Oslo, unos pactos que se han volatilizado con el tiempo. Ante la amenaza del ministro ultraderechista israelí Avigdor Lieberman de declarar nulos dichos acuerdos, el negociador palestino Mohamed Shtaye ironizaba: «Por favor, que declaren nulo Oslo. Lo único que queda de esos acuerdos es la división en zonas a, b y c [de Cisjordania y de Gaza hasta que cayó en manos de Hamás). El resto lo ha roto Israel».

Obama era su última esperanza, y también les ha fallado. Su promesa de hace un año de impulsar la creación del Estado palestino y su incorporación plena a la ONU se ha quedado en nada. La presión de los grupos de presión judíoamericanos a pocos meses de la campaña electoral a la reelección hacen impensable ningún avance, sobre todo cuando Obama ni siquiera ha podido evitar que Israel frene -que no cancele- la construcción de nuevos asentamientos.

Como si las crisis con Turquía y Egipto no fueran suficientes, Israel sigue enrocada en su posición de profundizar en la ocupación. El presidente Abás tampoco cuenta con el favor de los islamistas de Hamás, mientras se preparan manifestaciones pacíficas para apoyar el histórico gesto.

Con la demanda ante el Consejo de Seguridad condenada al fracaso, la única salida que tienen los palestinos es acudir a la Asamblea General de la ONU, donde tienen garantizado al menos ser «Estado no miembro», al igual que el Vaticano. Un estatus que la convierte en Estado observador sin derecho a voto, pero que le permite ser miembro con plenos derechos de todas las agencias de la ONU y de todos los tratados internacionales. Entre ellos, el Tribunal Penal Internacional (TPI), donde podrían denunciar las consecuencias de la ocupación de sus territorios y las violaciones de derechos humanos cometidas por los soldados israelíes.

La jefa de la diplomacia, Catherine Ashton, intentó hasta el último momento reactivar las negociaciones y que los palestinos se conformaran con un estatus inferior al de un Estado o al menos que se comprometieran a no presentar futuros cargos ante el TPI.

En la Asamblea, los palestinos cuentan con recibir el apoyo de 126 países miembros de los 193, es decir, casi dos tercios. Tienen asegurado el voto de Rusia, China, Turquía -que se ha convertido en uno de sus principales apoyos-, de los países árabes y de la mayoría de los sudamericanos, con Brasil a la cabeza.

Un consenso inexistente en la UE. Alemania, el Reino Unido, Italia y Holanda son los más reticentes, mientras España estaría entre los seis países que apoyan el deseo palestino, y una cautelosa Francia espera acontecimientos para definirse.