Gadafi vuelve a engañar al mundo

Laura L. Caro MISRATA / COLPISA

INTERNACIONAL

Tras anunciar la retirada de Misrata, lanza un feroz bombardeo que deja otro reguero de muertos

25 abr 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

El juego sucio de Gadafi martirizó ayer Misrata tras el falso anuncio de la retirada de sus tropas, que no fue nada más que otra de las trampas del dictador. Trampa era, precisamente, la palabra más repetida ante la puerta del hospital de Hikma, donde la sangre de las ambulancias se lavaba a cubos de agua al descargar a los heridos para que pudieran salir rápidamente a por más. Heridos por «bombas trampa», denunciaba el director médico, Mohamed Fortia, en alusión a los explosivos presuntamente dejados por los secuaces del tirano dentro de coches y cadáveres para que reventaran al mínimo contacto.

El recuento de ingresados se hacía entre el estruendo de morteros, disparos y tableteo de metralletas, solo ahogados por el canto obsesivo de «Alá es el más grande, Alá es el más grande» y el alarido de dolor de los familiares cuando de la clínica salía una camilla con un muerto.

Trece durante la mañana, que se suman a los 28 del sábado. «Nos están disparando con francotiradores en el centro de la ciudad», aseguraba uno de un grupo de rebeldes que acompañaba a otro malherido. «Bombardean igual que antes, están pegando fuerte en el este y en el sur, aquí no ha cambiado nada».

Las informaciones que algunos manejaban en el hospital insistían, no obstante, en que la mayor parte de las fuerzas del sátrapa se habían replegado a las afueras -«veinte kilómetros», según un celador optimista- y estaban a la espera de órdenes. El miedo de la mayoría es que se esté preparando la gran ofensiva. «Misrata es la tercera ciudad, no va a entregarla por las buenas... Nos tememos lo peor», explicaba Ahmed, uno de tantos que consumen el tiempo en la sala de espera consolando tragedias ajenas.

Nadie creyó el viernes al viceministro de Exteriores, Jaled Kaim, diciendo que los hombres de Gadafi abandonaban Misrata, el enclave asediado hace ocho semanas y cuya caída definitiva en manos insurgentes -explicaba uno de sus portavoces- «significaría la de Trípoli y de otras zonas». Y menos cuando el régimen vinculaba el repliegue con una confusa entrada en escena de «las tribus de la región», que intervendrían en lugar del Ejército dispuestas a negociar el fin del conflicto. Misrata no es tierra de poderes tribales dominantes, y nada se sabe sobre su lealtad o no al régimen.

«Una tapadera»

«Esto puede ser una tapadera para utilizar más guerrillas de tipo insurgente sin uniformes ni tanques», sospechaba desde Londres el secretario del Foreign Office, William Hague, en declaraciones a la BBC. En todo caso, Kaim reformulaba ayer sus anuncios iniciales, precisando que el Ejército del dictador no iba a evacuar la ciudad sitiada, sino «simplemente a suspender sus operaciones». Tampoco lo hicieron, la sangría siguió.

El miedo ha convertido Misrata en un laberinto fantasmal, donde nadie se atreve a moverse. Las casas en Shawahda, en la embocadura de la calle Trípoli, la arteria donde se han librado feroces enfrentamientos, están quemadas y perforadas por los impactos. No hay forma de comunicarse con el exterior si no es vía satélite, la telefonía doméstica tampoco funciona y la televisión pública emite sin parar proclamas y mítines rocambolescos de apoyo a Gadafi.