La presidenta tiene su granero en el nordeste pobre

Arturo L. González BRASILIA/LA VOZ.

INTERNACIONAL

02 nov 2010 . Actualizado a las 02:00 h.

Miles de personas se congregaron en la explanada de los tres poderes de Brasilia para asistir al final del escrutinio y vitorear a Rousseff. No solo había gente de su partido, el PT, sino de la multitud de aliados que le ofrecen al PT un respaldo cómodo en las Cámaras, y mucho militante de izquierdas tradicional. Aderezados por la samba y las banderas, prolongaron hasta la madrugada una fiesta secundada por militantes y simpatizantes entusiastas en ciudades como Río, Belo Horizonte, Bahía y São Paulo.

Pero ayer ya no quedaba ni rastro del festejo. Era día de análisis y de ponerse a trabajar, de la presidenta al último militante. No hay que olvidar que la oposición cosechó más de 45 millones de votos, la mayor parte en el rico sur del país, mientras Dilma siguió alimentando su despensa electoral con los votos del pobre nordeste.

Con 62 años, era la primera vez que se presentaba a un cargo electo y salió nada menos que presidenta. Pocas circunstancias pueden representar de manera tan fiel la ascensión meteórica de Dilma Rousseff, una política de despacho devenida en estrella electoral después de ser tocada por la varita de Lula, el auténtico rey Midas de Brasil. Solo así se puede explicar que una mujer que hace un año era casi desconocida para el pueblo y partía con 20 puntos de desventaja respecto a su contrincante, José Serra, haya triunfado tan holgadamente.

Crecimiento sostenido

Aún poniéndole empeño, los analistas no aciertan a decir qué porcentaje de votos le ha sido transferido por el efecto Lula. Pero sabiendo que es muy alto, desde hoy eso ya queda en el pasado. Porque lo que se le viene encima a Rousseff es ahora el reto de estar a la altura.

Lula acostumbró a los brasileños a un crecimiento sostenido y acompañado por la lucha de igualdades. Rousseff repitió la receta anoche, como para sentar las bases de su mandato, y desde el exterior de la sala del hotel donde hablaba se escuchó un grito ensordecedor, solo repetido cuando tiró un órdago parecido al de su jefe hace ocho años: el gran reto es erradicar la miseria en Brasil.

Por ese lado, justamente, le vinieron las críticas al socialdemócrata Serra, incapaz de hacerle frente a la ex guerrillera, más allá de acusaciones de corrupción o de recordatorios sobre su postura frente al aborto. Ahora se queda sin nada que llevarse a la boca, igual que en el 2002. Desde entonces, el PT ha ido tejiendo una red hasta llegar a ostentar una hegemonía que ya no entiende de nombres: el PT es poder. Y ellos mismos tienen la certeza de que si ponen el piloto automático seguirán en Planalto muchos años.

Será por eso que el diario O Globo lleva a portada que sus aliados quieren convencer a Lula de que se presente a candidato en el 2014, como si los próximos cuatro años fueran solo una transición dentro del lulismo. Y que además pueden hacer que la varita se convierta en espada si Rousseff no hace los deberes. De momento, tiene el beneplácito de 55 millones de votantes, un número a medida de lo que conlleva ser presidente de Brasil. Y más todavía si encima es presidenta.