El Ejército de EE.UU. sale del armario

Tatiana López WASHINGTON/LA VOZ.

INTERNACIONAL

La luz verde para derogar la ley que prohibía ejercer a los gais como soldados, pese a ser una victoria para los derechos civiles, llega tarde para muchos militares

30 may 2010 . Actualizado a las 02:00 h.

Después de tres décadas de represión, el Ejército de Estados Unidos se prepara para aceptar que los homosexuales puedan servir abiertamente en sus filas. La Voz conversa con algunos de los reclutas para los que esta decisión llega demasiado tarde.

Al teniente de la Marina Denny Meyer le gusta bromear contando que la mitad de su vida se la pasó a bordo de un buque y la otra mitad dentro de un armario. «Solo cuando dejé el Ejército pude abandonar los dos sitios», asegura este veterano de 65 años que durante más de una década vivió atemorizado ante la posibilidad de que sus superiores descubrieran que era homosexual.

«Vivía aterrorizado de que alguien me viera con mi novio y me denunciara, no salía a pasear pensando en que me encontraría con alguien de mi trabajo; fueron años de mucha angustia», confiesa Meyer.

«Don't ask, don't tell»

Él, como miles de soldados homosexuales en EE.?UU., sufrió discriminación por la llamada ley Don't ask, don't tell (no preguntes, no cuentes), que prohíbe explícitamente a los reclutas gais o lesbianas declarar su orientación sexual. Concebida como un parche para un Ejército con pocos aires aperturistas, la madrugada del viernes la Cámara de Representantes abrió las puertas a la derogación de la ley. Una medida vista como una clara victoria para los derechos civiles.

Pero la decisión legislativa llega tarde para muchos patriotas homosexuales, ya «que mientras los políticos se lo han estado pensado fueron expulsados a patadas tras servir a su país», confiesa Meyer.

Según datos aportados por una consultora norteamericana, al menos seis de cada diez estadounidenses aprueban en estos momentos que los homosexuales puedan identificarse libremente dentro del Ejército.

Antes de llegar a este porcentaje, la historia de los soldados gais se escribió con sangre. Como la del cadete Allen R. Schindle, que en 1992 fue brutalmente asesinado por uno de sus compañeros de buque a causa de su homosexualidad.

La muerte de Schindle sirvió, sin embargo, para poner fin a una época de oscurantismo dentro de las Fuerzas Armadas estadounidense, ya que obligó al presidente Bill Clinton a revocar la prohibición impuesta por Ronald Reagan. Desde entonces los homosexuales han podido vestir el uniforme, siempre y cuando no confesaran abiertamente su orientación sexual. Pero lo que debía haber servido como un mero trámite para una mayor igualdad, la realidad acabó imponiendo una ley del silencio que nadie se atrevió a romper.

«Básicamente lo que ocurrió es que los soldados dejaron de ser perseguidos, pero tan solo a cambio de tener que renunciar a su condición. Esta medida jamás hubiera sido posible con ninguna otra minoría, como por ejemplo los negros porque uno no puede ocultar el color de su piel», en palabras de Boris Dittrich, responsable de la campaña de la organización Human Rights Watch contra esta ley.

La aportación de Clinton tampoco sirvió para evitar los despidos dentro de las Fuerzas Armadas. Según datos aportados por el Ministerio de Defensa, se calcula que desde 1992 al menos 16.000 soldados han sido relevados de sus puestos por asuntos referentes a su sexualidad.