Adiós al arquitecto de las relaciones exteriores de la UE

Juan Oliver

INTERNACIONAL

Javier Solana construyó la estructura de la diplomacia común de los Veintisiete

02 dic 2009 . Actualizado a las 02:00 h.

Algunos de quienes lo conocen dicen que desde el móvil de Javier Solana se podría provocar una guerra, porque en su agenda están los números directos de la mayoría de los líderes mundiales. No es una exageración, porque al ex alto representante para las Relaciones Exteriores y ex secretario general del Consejo de la UE le gustaba mantener una relación tan directa con sus interlocutores, ya fueran jefes de Estado, primeros ministros o cancilleres, que nunca dudó en pedirles sus contactos personales para tenerlos a mano a cualquier hora.

Javier Solana dejó ayer Bruselas tras diez años como jefe de la diplomacia europea y otros cinco como secretario general de la OTAN, y seguramente se llevó con él ese codiciado listín por el que daría un riñón cualquier periodista que siga la actualidad internacional. De Bush a Shimon Peres, Putin y Arafat, de Kofi Annan a Ban Ki-Moon, de Blair y Yeltsin a Clinton (él y ella), de Sharon a Merkel y Sarkozy... No hay en los últimos años estadista que se precie, vivo o muerto, en activo o retirado, que no haya mantenido contactos más o menos frecuentes con él.

Solana, que aún no ha decidido si aceptará una oferta de la constructora Acciona como asesor directo de su presidente, se hizo con las riendas de la estrategia europea de exteriores y seguridad cuando esta ni siquiera existía. «Fue una llamada de Schröder [ex canciller de Alemania], el 3 o el 4 de junio de 1999, durante el Consejo Europeo de Colonia», recuerda Cristina Gallach, su portavoz desde los tiempos de la OTAN. «Entonces existía una enorme voluntad política para poner en marcha una diplomacia común, mucha energía, tal vez porque la guerra de la ex Yugoslavia estaba muy reciente», asegura.

Precisamente, los Balcanes fueron uno de los peores tragos de la intensa carrera política de Solana, ya que como secretario general de la Alianza Atlántica le tocó ordenar los bombardeos sobre Belgrado para evitar que la indiferencia europea alentara a Serbia a iniciar una nueva masacre humanitaria, esta vez en Kosovo. «Eso, la guerra de Irak y la frustración por la situación en Oriente Medio, fueron los momentos más complicados», explica Gallach.

Una gallega en su gabinete

«Ninguno pensábamos que íbamos a construir todo esto», añade Conchita Pérez Requeijo, una gallega que lleva diez años en su gabinete, primero como secretaria, luego como asistente personal, más tarde como responsable del departamento financiero y en la actualidad como coordinadora de los trabajos preparatorios de los consejos de ministros de Asuntos Exteriores. Lleva razón, porque en 1999, cuando Schröder llamó a Solana para comunicarle su nombramiento, nadie imaginaba que diez años después la UE iba a contar con un servicio diplomático tan ágil, respetado e influyente. Entre otras cosas porque el Tratado de Ámsterdam, entonces en vigor, apenas especificaba las funciones de su cargo.

Solana se las fue ganando paso a paso a medida que iba llenando su agenda de teléfonos, y probablemente en ese proceso le sirvió de mucho ese carácter cercano y amistoso, hasta rayar en el abrazo empalagoso, que siempre mostraba en público durante las reuniones de líderes. Claro que quienes han podido conocerlo de cerca aseguran que, de cara al interior, era un jefe firme, capaz de desatar una guerra interna entre sus colaboradores cuando las cosas no salían o no se hacían como él quería.

Fuera como fuese, su trabajo ha permitido que la UE disponga hoy de una potente estructura diplomática, con experiencia en casi una treintena de misiones conjuntas, entre ellas la operación antipiratería en el Cuerno de África, y que haya aparecido con una sola voz en numerosos conflictos internacionales. Y lo cierto es que si desde el teléfono de Solana se provocó alguna vez una guerra, él ha intentado cicatrizar las heridas. Su último acto oficial antes de volar ayer a España fue una reunión cara a cara con el presidente serbio, Boris Tadic.