Apenas un día después de que el presidente Barack Obama se dirigiera al Congreso de Estados Unidos para tratar de aprobar su anunciada reforma sanitaria, el Partido Republicano volvía ayer a la carga contra una iniciativa que John McCain definía como «el peor error de la historia». Aunque el discurso del inquilino de la Casa Blanca tenía como objetivo ganarse el favor de la oposición, lo cierto es que sus palabras solo lograron una empresa no menos difícil: la de unir a su propio partido, dividido hasta ahora entre quienes querían una sanidad universal y quienes apostaban por una ley moderada.
Una división que quedó finalmente enterrada tal como dejó claro la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi. «Los detalles están precisamente para debatirlos», aseguró la antigua alcaldesa de San Francisco, quien hasta ahora se había mostrado inflexible ante una negociación de la reforma:
En la mesa de negociaciones se sitúan ahora mismo asuntos tan espinosos como si los emigrantes ilegales deberían tener acceso al seguro público del Gobierno o cuál debe ser el proceso legal a aplicar en un caso de negligencia médica.
La esperanza en el Senado
Estos detalles se debatían ayer con especial virulencia en el comité financiero del Senado, presidido por Max Baucus, y cuya propuesta de ley se ha convertido en la última esperanza de los demócratas. En los dos últimos dos meses, Baucus, que se sienta en el comité junto a dos demócratas y tres republicanos, ha tratado de sacar adelante un texto bipartidista que todavía no ha conseguido ver la luz.
Es por eso que el político, que cuenta con el apoyo de al menos uno de sus compañeros republicanos, advertía el miércoles que aprobará el documento aunque sea en solitario a partir de la próxima semana.
A partir de ahí la nueva ley de sanidad podría ser sometida a votación en el Senado a mediados de octubre. Sin embargo pocos son los que creen que el texto logre reunir los 60 votos necesarios para ser aprobado..