Miles de iraníes peregrinan a la tumba de Jomeini y apoyan a Ahmadineyad

EFE

INTERNACIONAL

Mahmud Ahmadineyad puso a trabajar a sus partidarios en los aledaños del mausoleo para impulsar sus opciones de reelección el próximo 12 de junio.

04 jun 2009 . Actualizado a las 14:56 h.

Bajo un sol de justicia, cientos de miles de iraníes peregrinaron hoy a la tumba del ayatolá Rujolá Jomeini, al sur de Teherán, para conmemorar el vigésimo aniversario de la muerte del hombre que cambió el destino de Irán y el equilibrio de fuerzas en Oriente Medio.

Pero la efeméride se convirtió también en una demostración de apoyo popular al presidente, Mahmud Ahmadineyad, que puso a trabajar a sus partidarios en los aledaños del mausoleo para impulsar sus opciones de reelección el próximo 12 de junio.

A lo largo de toda la explanada, decenas de jóvenes voluntarios islámicos «Basij», llegados en cientos de autobuses desde todos los puntos del país, alzaban al escaso viento fotos del mandatario al tiempo que repartían panfletos a la riada humana que caminaba hacia el interior de la gran mezquita.

«Es la primera vez que vengo a ver la tumba del Imán», explicó a Efe Agha Husein Sarazi, un obrero que había pasado la noche, junto a su familia, en una tienda de campaña plantada entre las tumbas.

«Desde que llegó (Jomeini), todo ha sido bueno para Irán. Y lo seguirá siendo en la Presidencia de Ahmadineyad, con el bien del líder supremo, Ali Jamenei. Ahmadineyad futuro presidente», gritó mientras alzaba al cielo un cartel del mandatario.

Otros, como Mohamad Amir Salampour, un joven de 23 años, había caminado, mochila al hombro, desde la ciudad santa de Qom, una de las cunas del chiismo.

De pie, frente al primero de los cinco círculos de seguridad que protegían hoy el interior de este santuario inacabado, expresaba su honda admiración por las enseñanzas del hombre al que, como gran parte de los iraníes, no conoció en vida.

«Yo era muy pequeño cuando murió, pero se que salvó a este país, que nos devolvió el orgullo y nos enseñó el camino del verdadero islám. El es el imán», afirma.

Al fondo, bajo la estrecha sombra que proyectan los minaretes dorados, un grupo de penitentes envueltos en ropajes negros se abre paso con suavidad entre el gentío, que se aparta con una mezcla de admiración y respeto.

Como si de la fiesta de Ashura se tratara, que rememora el asesinato del nieto de Mahoma y su familia en la ciudad de Kerbala en el año 680, flagelaban sus espaldas con manojos de cadenas de hierro mientras entonaban una monocorde letanía.

Veinte años después de su muerte, la impronta que dejó el legado político y teológico de Jomeini en Irán permanece intacta.

Su imagen, casi siempre con el rostro ceñudo, reflexivo, se repite sin cesar por calles, comercios, centros oficiales, mezquitas y colegios, y nadie, ni siquiera aquellos que albergan críticas a su revolución y sus ideales, niega el impacto que tuvo en la historia y el que todavía tiene en el Irán contemporáneo.

«Irán apenas ha cambiado desde la muerte del imán. Los logros han continuado de forma natural», aseguró a Efe un clérigo de bajo rango que se identificó únicamente como Husein.

Jomeini pereció en la cama, tras una larga enfermedad, el 15 de Jordad de 1368, fecha del calendario persa.

Su entierro, un día después, fue una de las mayores manifestaciones de duelo que ha habido en el mundo musulmán en los últimos treinta años.

Una década antes, había logrado capitalizar un movimiento opositor que comenzó como una revuelta popular y lo transformó en un alzamiento de naturaleza islamista que derrocó la autocracia del último Sha de Persia, el pro occidental Mohamad Reza Pahlevi, a quien había combatido durante más de quince años.

Una vez asentada la revolución, Jomeini descabezó a las fuerzas laicas e impuso su idea de República Islámica, un sistema teocrático fundamentado en el respeto a las costumbres y a la jurisprudencia musulmanas.

Sin embargo, sus planes toparon con la oposición de Occidente, combinada con el temor de los regímenes árabes y musulmanes suníes a que la revolución se filtrara por sus fronteras.

En septiembre de 1980, el entonces presidente de Irak, Sadam Husein, apoyado militarmente desde la Casa Blanca y las principales capitales árabes, emprendió una guerra de desgaste que arruinó a ambos países.

El 3 de junio de 1989, poco después de aceptar a regañadientes el armisticio con Irak, el clérigo que retó a Occidente y a sus correligionarios suníes en nombre del Islám chií, moría víctima de un colapso.

Anoche, el principal rival a la presidencia de Ahmadineyad, el independiente Mir Husein Musaví, acusó al líder conservador de haber traicionado las enseñanzas de Jomeini al no respetar la ley y tratar de dividir al país.

Sin embargo, hoy eran miles los que defendían a Ahmadineyad en Baheste-e Zahra y apenas unos pocos los que se atrevían a respaldar al ex primer ministro.