Los intereses económicos de las heridas entre castas

INTERNACIONAL

14 nov 2008 . Actualizado a las 02:00 h.

Un débil proceso de paz en el Congo culminó en el 2006 con la elección del presidente Joseph Kabila. Pero el país estaba destrozado por 50 años de guerra, y las heridas de los conflictos armados y de las dictaduras que sufrió desde su independencia en la década de 1960 no han cicatrizado.

En el conflicto confluyen las herencias de una sangrienta colonización belga, una peor descolonización, el peso de las etnias -castas para algunos- hutu (mayoritaria en Burundi y Ruanda) y tutsi (minoritaria, pero dominadora y de superior linaje) y los intereses económicos propios y extranjeros.

En el ex Zaire (1971 y 1997) del dictador golpista Mobutu Sese Seko, apoyado por la CIA, la violencia arruinó su economía, rica en uranio -el utilizado en las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki salió de ahí-, oro, diamantes y coltán.

Si por ejemplo dejara de salir coltán del este del Congo, por cierto a través de Ruanda, se colapsaría la fabricación de teléfonos móviles.

Mobutu fue incapaz de controlar la llegada del elevado número de ruandeses (hutus) que escapaban del genocidio en Ruanda y huyó. Fue proclamado presidente el rebelde Laurent-Désiré Kabila. Pero sus aliados se le volvieron en contra y estalló una rebelión apoyada por Ruanda y Uganda, en 1998. Kabila fue auxiliado por Zimbabue, Angola, Namibia, el Chad y Sudán, lo que degeneró en la segunda guerra del Congo o guerra mundial africana, el conflicto que más vidas costó en el mundo desde la Segunda Guerra Mundial, 4 millones. El resultado fue la intervención de la ONU y un Gobierno de transición de Joseph Kabila.

El jefe rebelde congoleño Laurent Nkunda (tutsi) acusa al Ejército de Kabila de agraciar, en el Congo, a los hutus ruandeses que participaron en el genocidio de 1994. Kabila lo niega y acusa a Ruanda de amparar a Nkunda.

Detrás subyace el interés por la posesión del subsuelo, en unos países de extrañas fronteras y reclamos de las castas mayoritarias por el poder.

Kabila quiere que los beneficios de las minas sean para los congoleños y no para el clan ruandés. Sus arcas están vacías y ni siquiera puede pagar al ejército. Los recientes acuerdos con China de explotación de cobre le aportan un 30% de lo extraído, mientras que lo que pagan las multinacionales europeas y americanas no llega a un 15%. Kabila no interesa ya a occidente.