El destituido presidente Sidi Uld Cheij Abdalahi había devuelto la esperanza a Mauritania tras convertirse en el primer jefe de Estado democráticamente elegido hace tan solo quince meses.
Estudió en Senegal y en Francia, y trabajó durante años en Kuwait y Níger, por lo que durante mucho tiempo vivió alejado de la complejidad del escenario político de su país natal.
En 1971 formó parte del Gobierno de Uld Daddah -primer presidente mauritano tras la independencia de Francia en 1960-, en el que permaneció hasta un golpe de Estado. Las asonadas se repitieron durante años, hasta que en junio del 2006 una Constitución abrió las puertas a la transición democrática.
Su investidura, en abril del pasado año, puso fin a un proceso ejemplar de restitución del poder a los civiles, pese a que sus críticos lo acusaron de ser el candidato favorito de la Junta Militar liderada por el coronel Tayá.
Cuando juró como presidente, a los 70 años y con el 52,85% de los sufragios, Abdalahi se presentó a si mismo como «un hombre discreto». Sus adversarios lo calificaron de débil, mientras que sus simpatizantes alabaron su temperamento moderado y su preocupación por lograr el consenso.
Él se presentó como «el presidente de la seguridad», con el deseo de reforzar la unidad del país y abogando por un cambio que debía hacerse «suavemente».