El otro aniversario de los gallegos del Atlántico sur

Arturo Lezcano González ENV. ESPECIAL | MALVINAS

INTERNACIONAL

A. L.

La diáspora de las islas Los pescadores forman una colonia flotante sobre el mar del archipiélago, que celebra el vigésimo cumpleaños de su próspera zona exclusiva de pesca

01 abr 2007 . Actualizado a las 07:00 h.

Antonio Cordeiro lleva el reloj cinco horas adelantado. Es decir, su trabajo se rige por el horario de Galicia aun estando a 13.000 kilómetros de su Hío natal. En 1989, Cordeiro aceptó la plaza de representante de la cooperativa de armadores viguesa en las Malvinas. Después de muchos años embarcado como marino mercante, quería establecerse en tierra. Y eligió Port Stanley, donde aparece como el único gallego de nacimiento residente en las Malvinas. Sin embargo, hay muchos más: contando a los que faenan en el caladero del archipiélago, los gallegos conforman una suerte de colonia flotante sobre el mar de las islas. Todo el mundo conoce Galicia en las Malvinas. Saben que desde allá llegan los responsables indirectos del bum pesquero del protectorado británico, que este año cumple no sólo los 25 años de la guerra contra Argentina, sino también el vigésimo aniversario de la zona exclusiva de pesca, de donde se extrae, por ejemplo, el 15% del calamar de todo el planeta. En esas 200 millas dominan los barcos gallegos, ahora abanderados en las Malvinas, donde han formado joint ventures con compañías locales. Gracias a ellos, también a las empresas asiáticas, los isleños tienen algo que celebrar, al menos mientras aguante el caladero, algo en lo que se afanan cada día. «El secreto del éxito es la conservación. Sabemos hasta dónde se puede pescar», dice Alex Reid, jefe de operaciones de Seaview, una de las compañías locales que trabaja con empresas gallegas. Sus capitanes fueron invitados por las autoridades isleñas a la celebración del aniversario pesquero. Por la radio, en gallego Una mañana de domingo Cordeiro habla por radio desde la lancha del departamento de pesca. En gallego, claro. Enseguida le recibe su interlocutor, el joven capitán del Fígaro, un arrastrero de Freiremar que espera por la licencia para poder pescar. Cordeiro acompaña a las autoridades que le dan permiso al barco para faenar. «Eu estiven moito embarcado, agora estou do outro lado e antes de que me falen xa sei o que queren», señala. Efectivamente, en diez minutos queda todo resuelto. «Aquí sonche moi serios, os inspectores non che piden nin un café. Son correctísimos en todo», afirma Juan Carlos Bouzas, capitán del Fígaro, que lleva 13 años yendo y viniendo a las islas. Las tripulaciones gallegas coinciden en que faenar en las Malvinas nada tiene que ver con hacerlo, por ejemplo, en el continente sudamericano. De ahí que alguno se atreva a hacer un análisis geopolítico sui géneris de las islas: «Si esto lo cogen los argentinos, dura dos días. Para qué las quieren si sólo hay piedra. Que dejen a los ingleses, ellos le sacan tinta. Del calamar, claro». Quien hace el análisis es Jesús Salvador Piñeiro, otro joven capitán de 32 años. Su barco, el Kalatxori, está descargando calamar en el puerto de Stanley antes de volver a faenar. Para definir gráficamente la diferencia entre barcos, otra española residente en Stanley, la leonesa Esther Sancho, de 30 años, utiliza símiles futbolísticos: «La escama, aquí sobre todo rosada, raya y róbalo, es la liga. El calamar, la Champions League». Esther, que se reconoce apadrinada por las tripulaciones gallegas, trabaja como observadora pesquera. ¿Por qué en las Malvinas? «Es uno de los sitios más interesantes para mi trabajo. Además, está muy bien pagado». Después de dos años en las islas, su visión coincide con la de Cordeiro, que lleva ya 18 años viviendo en Stanley: «Eu mirei de quedar en Cangas, pero no traballo que me daban o salario era case un insulto. Aquí non sei o que é pagar un lapis ou un libro para os fillos, cando ían á escola. Pagáronlles ata os estudos en Inglaterra, e a min tamén me atenderon gratis nun hospital de Londres». Cordeiro está plenamente integrado en la sociedad isleña. Pero aún después de tanto tiempo le sigue chocando algo: «Desde que cheguei me sorprendeu que non hai praza de abastos, non hai peixe fresco», precisamente en un archipiélago. Natural de ninguna parte El hijo de Cordeiro, Rodrigo, aquí Roddy, nació en León, pasó un tiempo en Cangas, creció en las Malvinas y estudió en la universidad en Inglaterra y Brasil. Así es complicado saber de dónde se siente: «De ningún sitio. Para mí la nacionalidad es un pasaporte, nada más». A sus 26 años, la guerra de las Malvinas es, como para sus amigos isleños, algo lejano: «Todos tenían uno o dos años cuando ocurrió, ya no es un tema principal. Lo que me queda claro de todo aquello es que con la guerra no se arreglaba nada. A los argentinos les hubiera ido mejor si hubieran mandado para aquí cincuenta mujeres». En alta mar el conflicto está presente, aunque sea de manera anecdótica. «Decátaste de que houbo unha guerra cando algún arrastreiro recolle unha bomba ou munición que quedou no fondo», asegura José Santiago, primer oficial del Fígaro. En ese barco, como en el Kalatxori, el parque pesquero lo operan peruanos, chilenos e indonesios, pero el puente es gallego, de O Morrazo. La nueva generación es admirada por sus socios locales de Malvinas: «En Galicia deberían estar orgullosos de esta gente, no saben las durísimas condiciones en las que trabajan», comenta Alex Reid. Será por eso que, comparando climas, José Santiago dice que «el de Galicia es maravilloso». Lo podrá disfrutar en las vacaciones, cuando termine esta campaña. Mientras, le quedan tres meses más en el helado Atlántico sur, su otra casa.