¿Por qué Gabriel García Márquez eligió Macondo?

A.I.

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Daniel Mordzinski | efe

Su realismo mágico, su talento y sus mariposas amarillas se refugiaron en un lugar inexistente para todos excepto en la mente infantil de Gabo

06 mar 2018 . Actualizado a las 13:16 h.

Macondo nació de Gabriel García Márquez. En el diccionario de la Real Academia Española figura como un árbol semejante a la ceiba, pero en el mundo literario todas las miradas dirigen a Gabo. Macondo es sinónimo de Caribe, de mariposas amarillas y sobre todo de realismo mágico. García Márquez disfrutó de una vida llena de anécdotas, inmersa en un mundo mágico que le convirtieron en un personaje mítico. Nació el 6 de marzo de 1927, tal y como le recuerda Google, en Arataca, Colombia. Gabriel García Márquez decía que no había hecho otra cosa en su vida que escribir historias «para hacer más feliz la vida a un lector inexistente», y con ese deseo escribió también Cien años de soledad, novela magistral del siglo XX . Con esta novela Gabo nos enseñó al coronel Aureliano Buendía recordando aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro a orillas de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos.

En el origen de la genial novela está también el viaje que el escritor colombiano hizo en 1950 con su madre a Aracataca, para vender la casa donde había pasado su infancia, como evoca García Márquez en sus memorias, Vivir para contarla. Cuando llegaron al pueblo el choque con la realidad fue terrible. Aracataca se había convertido en un pueblo polvoriento y caluroso y parecía una ciudad fantasma: no había un alma en las calles. La madre del escritor entró en una pequeña botica y se encontró con una antigua conocida. Ambas «se abrazaron y lloraron durante media hora. No se dijeron una sola palabra». García Márquez las miraba «estremecido por la certidumbre de que aquel largo abrazo de lágrimas calladas era algo irreparable que estaba ocurriendo para siempre» en su propia vida, cuenta en sus memorias. Fue entonces cuando García Márquez vio claro que tenía que contar «todo el pasado de aquel episodio» y fue ahí donde nació Macondo.

Cuando ese nombre saltó a la palestra de la literatura universal, muchas personas se interesaron en viajar a Colombia para recorrer sus calles polvorientas y beber ron al son del vallenato. Algo harto imposible, si se tiene en cuenta que Macondo no figura en los mapas, y podría ser cualquier pueblo del norte de Colombia.

Todo parece indicar que Macondo está inspirado en Arataca, un municipio del departamento de Magdalena donde nació Gabriel García Márquez. Fue allí donde alimentó su mente infantil con la magia que rondaba su cabeza y que fueron la génesis de muchas vivencias de la familia Buendía en Cien años de Soledad.

Como Úrsula Iguarán, uno de los personajes de Cien años de soledad, Gabriel García Márquez murió un Jueves Santo, el 17 de abril del 2014 , y si de algo ha servido estos años sin él ha sido para el mito crezca, se multipliquen las anécdotas de quienes lo conocieron, las historias que contaba, algunas reales, otras inventadas y otras adornadas por su prodigiosa imaginación.

Macondo, la sublimación del realismo mágico

HÉCTOR J. PORTO

A menudo se discute sobre el origen del realismo mágico, cuya paternidad se atribuye alegremente a Gabriel García Márquez. Si es cierto que el colombiano hace que esta lente literaria alcance la sublimación, también lo es que su génesis es anterior. Por este camino -lo real maravilloso, lo fantástico- los escritores de América latina superaron el naturalismo, el indigenismo, el costumbrismo, el regionalismo y otras excrecencias decimonónicas. A través de las claves del surrealismo, aprendidas en Europa, de André Breton, grandes innovadores como Miguel Ángel Asturias, Alejo Carpentier o Arturo Uslar Pietri dignificaron los universos mágicos y míticos de su patria Latinoamérica. Como ocurría en la obra de Juan Rulfo, lo onírico y lo real quedarán perfectamente integrados.

García Márquez atribuía a su abuela materna -de raíces gallegas, Tranquilina Iguarán Cotes- muchas de las historias sobrenaturales que le habían contado. Y cómo estas encajaban perfectamente en el relato normal, cotidiano. Quizá. El escritor colombiano afinó este mecanismo en que la literatura se sirve de la realidad para trascenderla, alcanzando el paradigma de ruptura con la dependencia de la realidad; eso sí, sin dejar de utilizarla. El conocimiento de las cosas, el análisis de la realidad, llegará a través de la imaginación. En particular, describirá ese mundo imaginario irreal ayudándose de las herramientas del periodismo, con una minuciosidad y una concreción que solo puede proceder del manejo maestro, en profundidad, del realismo, del naturalismo y del oficio de reportero.

En la propia imaginación del lenguaje, en su proverbial creatividad, reside su extraordinaria fuerza literaria, la que construirá una realidad nueva que reconcilia al hombre con el mundo, con sus vecinos, alejada de las tensiones urbanas, fabriles, de la degradación que comporta la tecnología. Definido el mecanismo, la óptica, falta definir el territorio. A imagen y semejanza de su admirado William Faulkner y su Yoknapatawpha, la primera novela de García Márquez en que aparece Macondo es La hojarasca, donde también presenta al coronel Aureliano Buendía. El territorio imaginario caribeño será decisivo en el desarrollo de su obra, que alcanza el cénit en Cien años de soledad -escrita en 1965 y 1966-, narración que consagra además el bum de la literatura hispanoamericana, época de gran esplendor marcada por esta visión imaginativa de la realidad.