En la propia imaginación del lenguaje, en su proverbial creatividad, reside su extraordinaria fuerza literaria, la que construirá una realidad nueva que reconcilia al hombre con el mundo, con sus vecinos, alejada de las tensiones urbanas, fabriles, de la degradación que comporta la tecnología. Definido el mecanismo, la óptica, falta definir el territorio. A imagen y semejanza de su admirado William Faulkner y su Yoknapatawpha, la primera novela de García Márquez en que aparece Macondo es La hojarasca, donde también presenta al coronel Aureliano Buendía. El territorio imaginario caribeño será decisivo en el desarrollo de su obra, que alcanza el cénit en Cien años de soledad -escrita en 1965 y 1966-, narración que consagra además el bum de la literatura hispanoamericana, época de gran esplendor marcada por esta visión imaginativa de la realidad.