En su obra Vivir para contarla, su libro de apariencia autobiográfica, García Márquez recuerda un episodio que vivió cuando su madre lo llevó a Aracataca, tras varios años de ausencia, para vender la casa donde él pasó su infancia. El joven García Márquez encontró un pueblo solitario y polvoriento que le sirvió para recrear años después a Macondo, la «capital» del realismo mágico de su obra.
Héctor J. Porto
«Soy un periodista, fundamentalmente. Toda la vida he sido un periodista. Mis libros son libros de periodista aunque se vea poco», con esta rotunda frase que Gabriel García Márquez soltó en una entrevista radiofónica en 1991 comienza el libro Gabo, periodista (FCE), editado por el escritor puertorriqueño Héctor Feliciano. También en su autobiografía Vivir para contarla insistía García Márquez en que su sueño fue siempre ser reportero. José Salgar, el Mono, eterno y respetadísimo jefe de redacción del diario decano de Colombia El Espectador de Bogotá, que guió los inicios del escritor en la profesión y lo exhortaba a que controlase el verbo florido y bajase la pelota al campo de la verdad, de los hechos, recordaba: «Gabo apareció cuando descubrió que la literatura no daba plata». En 1954 le ofreció un salario mensual de 900 pesos, su primer sueldo digno (como aprendiz la mensualidad no le alcanzaba para subsistir la primera semana). Salía poco a poco de unas penurias económicas que se remontaban a sus años escolares en Barranquilla, y que se prolongaron hasta la universidad, sus primeros pasos como poeta y escritor, e incluso como periodista en Cartagena. También pasó hambre en París cuando fue cesado como corresponsal y mientras alumbraba -cómo no, el hambre- El coronel no tiene quien le escriba.
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