Las mentiras del cambio de hora

M.V.

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ARND WIEGMANN | reuters

Llevan años vendiéndonos beneficios para el bolsillo y asustándonos con consecuencias nefastas para nuestra salud. Pero ¿cuáles son realmente los efectos del baile de agujas?

25 mar 2017 . Actualizado a las 18:59 h.

Nuevo cambio de hora: esta madrugada, a las dos serán las tres. Y, como pasa cada año, este último domingo de marzo nos despertaremos tras haber dormido una hora menos / haber bailado una hora menos / haber hecho una hora menos todo lo que sea que hagamos en plena noche. Sabemos que este cambio de hora nos quita una hora y también que se nos devuelve siete meses más tarde, cuando la oscuridad empieza a ganarle a la claridad. Sabemos que tiene que ver con adaptar el organismo -y también nuestra rutina, nuestra vida diaria- a las horas de luz. Y creemos que el ahorro energético sale ganando con el movimiento de las manecillas del reloj.

Pero ¿compensa realmente el cambio de hora? ¿Son sus beneficios tan importantes como para «alterar» el tiempo de todo un continente? ¿Qué hay de verdad y qué de mito en este ajuste?

El cambio de hora ahorra energía

Insiste el Ministerio de Industria en que la adaptación de nuestros horarios al ciclo de la naturaleza -adelantar el reloj cuando los días comienzan a ser más largos y a atrasarlo cuando la luz escasea para concentrar la actividad en las horas más luminosas- puede llegar a suponer un ahorro de hasta un 5 % en la iluminación. Y cifra este porcentaje en 300 millones de euros. Si trabajamos y realizamos tareas en las horas de luz, no necesitaremos encender la lámpara. Y para eso hay que ajustar la hora.

Sin embargo, ese ahorro es en realidad mínimo, especialmente simbólico, una cifra muy pequeña en relación con el total del gasto energético. Ayuda, sí. Pero no escandalosamente. Además, muchas oficinas y centros comerciales mantienen la luz artificial encendida todo el día, da igual que fuera sea noche cerrada o brille el sol. 

El cambio de hora genera trastornos en el organismo

Sí, pero no. El cuerpo, en realidad, apenas se entera. No más que una noche agitada, que un leve jet lag. Nos han asustado convenciéndonos de que estos brincos temporales acaban con los nervios, provocan, enemigos del sueño, cuadros importantes de ansiedad. Claro que el organismo nota si duerme una hora menos, que al principio le resulta extraño que se haga de noche un poco más tarde. Pero su entrenada capacidad de adaptación liquida esta molestia en un par de días. Claro que el cambio de hora de marzo tiende a acusarse más que el de octubre, cuando la luz por las mañanas nos hace más llevadero el despertar, el despoje de legañas. Pero es que al de esta noche hay que sumarle el efecto machacón de la primavera, esa fatiga bautizada como astenia que nos acompaña en el tránsito del crudo invierno al verano, tan amable él.

Hay excepciones. Mayores y enfermos sí advierten en sus carnes los efectos de perder una hora en el tercer mes del año. Sus tomas de medicación pueden llegar a descontrolarse y aquellos que sufren trastornos psicológicos, pasarlo algo peor.

El cambio de hora es universal

No tanto. No todo los países del mundo tienen la necesidad de mover las agujas del reloj. Prescinden de este problema los que están más próximos al ecuador, donde el Sol se mantiene más o menos constante a lo largo del año. En el hemisferio norte, todos saltan hacia delante en marzo, y dan un paso de 60 minutos atrás en octubre, pero no a la misma hora. España lo hace de dos a tres; Portugal de una a dos. Y en Estados Unidos, por ejemplo, Arizona hace oídos sordos a la norma. Los del hemisferio sur, en estaciones inversas, adelantan la hora bien el último domingo de octubre, bien el primero de noviembre. El repliegue es más irregular. Brasil lo hace en febrero y Australia el cuarto fin de semana de marzo.