Día de San Patricio: ¿Cómo festejar este santo irlandés como se merece?

La Voz REDACCIÓN

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Todo buen devoto del día de San Patricio debe acercarse vestido de verde al pub irlandés más cercano y beber litros de Guinness con un enorme gorro en la cabeza

17 mar 2017 . Actualizado a las 16:48 h.

¿Sabes cómo celebrar el día de San Patricio? Este día es, desde hace siglos en Irlanda y también en el resto del mundo, una fecha señalada en el calendario aunque por motivos muy diferentes. A pesar de que para los habitantes del país del trébol este día tiene un gran significado religioso, en otras partes del mundo el día de San Patricio ha terminado por ser una gran fiesta donde la cerveza y el color verde son los grandes protagonistas. Esta celebración exige uniforme verde con gorro de leprechaun incluido, y que no falte un trébol y un estómago a prueba de bombas, porque cada 17 de marzo no hay más norma que entregarse al bebercio. Nada de cortos, ni cañas. Ni tercios, ni quintos, conocidos también como botellines. A por las pintas, rebosante la espuma, tal y como reza la tradición irlandesa.

Este año el día de San Patricio cae en viernes, algo que sin duda ayudará a que las calles se tiñan de verde y la gente se empape en cerveza con mayor facilidad, porque entre los mandamientos de esta celebración están el beber litros y litros de Guiness y cantar y bailar al son de una tradicional gaita irlandesa. Pero este celebración no solo es fiesta y diversión. Porque el día de San Patricio también tiene una historia que se remonta al siglo V y que no todos sus devotos cerveceros conocen.

Con la llegada a Irlanda de San Patricio, misionero natural de Britania, desembarcó también en esta frondosa isla el cristianismo. Fue el honrado hoy el responsable de plantar la primera semilla de una tradición, la religiosa, que encontró en esta tierra un lugar fértil donde echar raíces. Patricio es su apóstol, su Santiago, todo un líder espiritual que en realidad se llamaba Maewyn Succat, que había nacido en Escocia y que había sido secuestrado por unos piratas que lo obligaron a trabajar como esclavo en Irlanda. Un recorrido vital digno de tal jolgorio.

Pero todavía hay más. San Patricio, muerto un 17 de marzo, el del año 461, sintió la llamada divina en Francia, fugitivo de aquel cautiverio que le obligaba a pastorear animales por los verdes prados de Irlanda. Así que, dispuesto a hacer el bien, regresó a la tierra para predicar la Palabra, levantar iglesias y bautizar a quienes se prestaban a escuchar sus historias y seguir sus pasos. Dicen que explicaba el misterio de la Santísima Trinidad a través de un trébol, que ahuyentó a los druidas y, con ellos, al paganismo de la isla. Pero también a todas sus serpientes. 

Cuenta la leyenda que incluso el Arcángel Miguel se plantó en Irlanda para pedirle ayuda a San Patricio en su lucha contra culebras y demonios. Años después, sus discípulos construyeron un austero monasterio en un pequeño trozo de tierra, todo roca y acantilados abruptos en medio del océano, que hoy conocemos como Skellig Michael (la roca de Miguel). A 45 minutos de la costa oeste irlandesa, se ha convertido repentinamente en un destino mundialmente conocido a raíz de su papel estelar en el episodio VII de Star Wars

Es mucho más que un escenario de película. Este impresionante paisaje que hoy, con motivo del día de San Patricio, suplanta las letras de Google sobre su caja de búsquedas, alberga un tesoro arquitectónico declarado Patrimonio de la Humanidad en el año 1996: el templo paleocristiano levantado en honor del protector de la Iglesia en 588 que, durante seis siglos, fue todo un referente del fenómeno monástico temprano en Irlanda. 

En Skellig Michael solo había sitio para una docena de monjes. La abadía, sencilla, compuesta por seis barracas de piedra con forma de colmena y dos oratorios, un pequeño cementerio y dos cisternas para recoger y filtrar el agua de lluvia, exige escalar 600 peldaños para ascender los 183 metros que la separan del nivel del mar. Algunos historiadores sostienen que los monjes, fieles adeptos a San Patricio, abandonaban el lugar cuando llegaba el invierno. Se alimentaban de pescado, huevos, verduras y aves marinas. Lo intentaron con vacas y ovejas, pero acabaron rodando por las laderas de la montaña. 

A lo inclemente del entorno se sumaron las invasiones vikingas; la primera en el 824, la segunda en el año 850. Y en el siglo XIII, las duras condiciones de vida de las islas atlánticas obligaron a los habitantes del monasterio de Skellig Michael a abandonar el enclave para siempre. Tres siglos más tarde se convertiría en destino de peregrinaje. Penitentes de toda Irlanda acarreaban sus pecados hasta la remota roca, trepaban como podían hasta su pico más elevado, conocido como «nido del águila», donde una losa exigía ser besada para culminar el rito. Más de uno llegó gateando, jugándose literalmente la vida.

Espectacular, pero también extremadamente frágil, la isla se ha convertido en un imán para curiosos que tal día como hoy, inclinados por un plan alternativo de San Patricio, se acercan hasta el lugar para celebrar lejos del bar, en la imponente Isla Esmeralda, la gran fiesta de Irlanda.