Wassily Kandinsky, el artista que creó la abstracción lírica en la pintura

La Voz REDACCIÓN

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El ruso, nacido hace 148 años, fundó en Munich en 1911 el «Jinete Azul», un grupo artístico que transformó el expresionismo alemán y se ganó el desprecio absoluto del régimen de Hitler

16 dic 2014 . Actualizado a las 21:10 h.

«Parece la obra chapucera de un niño sin talento de ocho o nueve años». De esta forma, y sin paños calientes que amortiguaran sus francas pero afiladas palabras, definió Adolf Hitler la obra de Wassily Kandinsky en 1937. Los «garabatos» del ruso, que con el tiempo se convertirían en admiradas obras de arte, no fueron los únicos a los que el mandatario alemán calificó de «arte degenerado». Junto a ellos, una compilación de más de 500 trabajos de Monet, Manet, Renoir, Gauguin, Van Gogh, Modigliani, De Chirico, Chagall, Cezanne, Picasso, Grosz, Kirchner, Matisse o Klee fue abierta al público en Munich, y viajó posteriormente entre Alemania y Austria, con el único objetivo de ridiculizar la destreza de tales genios vanguardistas. El arte moderno nunca fue plato de buen gusto para el Führer y su régimen. Pero ni siquiera eso pudo apagar su esplendor.

Las pinceladas de Wassily Kandinsky maduraron bien y, con los años, se alzaron como el génesis de la pintura abstracta. El genio ruso, sin embargo, nunca llegó a saberlo. Como sucede habitualmente, y a pesar de que vivió casi 80 años, el éxito llegó más bien tarde. Nació el 16 de diciembre de 1866, hace hoy 148 años. Estudió derecho y económicas, se casó con su prima y, posteriormente, se trasladó a Alemania, donde se codeó con coetaneos expresionistas, se sumergió de lleno en el mundo del arte y fundó el célebre grupo de artistas Jinete Azul. Pintaba en esta primera etapa paisajes sombríos, que evolucionaron hacia una intensidad casi fauve, y temas fantásticos basados en tradiciones folclóricas rusas o en la Edad Media alemana.

Al estallar la Primera Guerra Mundial, Wassily Kandinsky abandonó Munich y puso rumbo a Suiza con su segunda esposa. Meses más tarde, en plena convulsión europea, regresó a Moscú, donde en 1917 contrajo matrimonio por tercera vez. En 1922 retomó su vida alemana, donde recaló de nuevo para impartir clases en una escuela que marcaría su vida, y sobre todo su trayectoria, para siempre: la Bauhaus. Hacia 1931, los nacionalsocialistas iniciaron una campaña a gran escala contra esta academia artística, que se vio obligada a cerrar en 1932. Y, de nuevo, Wassily Kandinsky escapó. Se fue a Francia, donde murió doce años después.

Pero a mitad de su vida, Wassily Kandinsky lo vio claro. Si en sus primeros bocetos, las líneas representaban objetos y reproducían el mundo real, a medida que fue bebiendo del simbolismo del color y la psicología su lienzos comenzaron a hablar de sus sentimientos, de las sensaciones internas que, aseguraba el artista, «hacían vibrar su alma». Así, Wassily Kandinsky fue reformulando las concepciones tradicionales de la representación estética y llegó a encabezar la escuadra de artistas pictóricos que se atrevieron a estrenar la modernidad. Solo recibieron en vida, como respuesta a su osadía, críticas, desprecio, burlas e incluso ira. Pero, ¿fue el arte abstracto de Wassily Kandinsky igual al de sus coetáneos? ¿es igual su abstracción que la de Picasso? ¿Qué quería decir exactamente el ruso con sus segmentos, sus colores, sus formas geométricas, con todas esas composiciones atiborradas de triángulos, cuadrados y círculos?

Nada tiene que ver el trabajo de Wassily Kandinsky con la producción de otros nombres contemporáneos que se ligaron al cubismo o al impresionismo. Su singularidad, alejada por completo del paradigma occidental, no solo se manifiesta sino que se reafirma además en una compilación de textos teóricos con los que el ruso acompañó su obra. En ellos, el artista también teórico no solo reflexiona sobre el arte, sino que ilumina sus dibujos, los desmenuza y los explica. Funcionan, por tanto, como una valiosa llave de entrada a su remolino interior, a su forma de entender la línea, el punto, el tono, semilla del lienzo acabado. En ellos, dos términos proliferan sin timidez, «interior» y «exterior», y campa a sus anchas por sus meditaciones un peculiar misticismo, una búsqueda de lo espiritual, que prima constantemente en su obra sobre lo real.

El propio Wassily Kandinsky relató en alguna ocasión cómo surgió su interés por plasmar estas fuerzas ocultas. Un día, al regresar al atardecer de una dura jornada de trabajo, se sintió impresionado por el poder de representación de una obra, colgada en su casa, en la que no era posible reconocer forma alguna. Hablaba, sin embargo -explicó el ruso-, el puro lenguaje secreto del color. Se trataba de uno de sus cuadros, colgado al revés. Entendió entonces que el problema estaba en pintar elementos naturales, que si quería llegar a las esencias debía abandonar el objeto.

Fue en este momento cuando el talento de Wassily Kandinsky cambió de dirección. Dejó de centrarse en ese mundo exterior para, después de un largo y lento periodo de búsqueda, empezar a elaborar sus famosas composiciones, a base de líneas y puntos. Nacen aquí sus célebres Composiciones -ambiciosas visiones interiores-, las Impresiones -observaciones del mundo natural- y las Improvisaciones -expresiones espontáneas de un estado de ánimo-, vastas series de cuadros, con sutiles referencias al modelo natural, devorado ya por el ritmo, los valores del color y la forma, que se convirtieron en el punto de partida de 30 años de entrega a este universo espiritual. El mensaje de paz y serenidad, disimulado en sus primeras obras románticas y recargadas, se hace más que evidente en los trabajos de esta última etapa, más geométricos, que crearon un singular orden para encerrar la realidad.

Pero también asoma la cabeza en sus acuarelas menos tardías una inquietud interior que Wassily Kandinsky sentía la necesidad de exteriorizar y que tiene mucho que ver la convulsa situación que atrevesaba Europa hace un siglo. Algunas de sus Improvisaciones y sobre todo de sus Composiciones evocan el sentimiento que en él producían las estampas bélicas, el cataclismo, la colisión de oriente y occidente. Lo que hizo el genio ruso fue, simplemente, cambiar su lenguaje. Dejó de contarle al mundo lo que veían sus ojos, para contarle lo que sentían al verlo.