León Tolstói y el arte universal
En la segunda etapa, León Tolstói ensaya una crítica implacable de su estilo anterior. Todas las reflexiones y los análisis al respecto los expone en el más interesante de los numerosos y dispares ensayos que escribió -¿Qué es el arte?-. Dice Tolstói en esa pieza que el arte verdadero debe aspirar a ser universal, no a satisfacer únicamente los gustos y expectativas de un grupo social concreto (aristócratas, académicos, literatos) o una nación determinada. En ese sentido, se da cuenta de que ese exclusivismo achacable a cierta literatura se debe al empleo excesivo de detalles de tiempo y lugar. Como características esenciales del arte verdadero, León Tolstói destaca estas tres: la singularidad, la claridad, y, por encima de todo, la sinceridad. En suma, lo que propone y ensaya ahora es un arte desnudo de artificios, despojado de atuendos y añadidos innecesarios, esquemático y nuclear, portador de una verdad límpida y esencial, que pueda ser asumida y comprendida por cualquier hombre, en cualquier rincón del globo. Como ejemplo de ese arte básico, indiscutible e intemporal Tolstói pone la bíblica historia de José y sus hermanos.
En esa segunda época los mayores logros de León Tolstói se centran en el género del relato, pues esos presupuestos estilísticos requieren y buscan limitación, esencialidad, contención. Los títulos son numerosos: Jadzhi Murat y La muerte de Iván Ilich son los más conocidos y encomiados, pero hay, además, decenas de cuentos más breves, todos ellos inolvidables y perfectos a su modo, a pesar de su contenido más o menos doctrinal: Amo y criado, El padre Sergio, Después del baile, Cuánta tierra necesita un hombre, Divino y humano, El diablo, Jlostomer, Donde hay amor está Dios y tantos otros, como su maravillosa recreación de la vida de Buda.