Los ejemplos de marujeo ya son sufi cientes. Poco más hay en las cuatrocientos páginas de esta biografía de un período de la vida de Julio Cortázar. El libro termina cuando Cortázar se marcha a Europa y empieza la leyenda literaria. Las páginas son sobre el niño, el adolescente afectado que adoraba a Mallarmé, a Federico García Lorca o a Pablo Neruda, el profesor en provincias que ya tuvo problemas políticos en la Universidad y el adulto que quiso ser escritor y que peloteó a Borges en una carta para mostrarle un relato: «Su voz (la de Borges) tan ceñida, tan libre de lo innecesario», le regaló. O sea, el creador en ciernes que siempre estuvo rodeado de mujeres, tres. Hasta se casó con tres este amante de las cábalas y los horóscopos, bromea Bradley. El libro recupera unas cuantas imágenes curiosas de Julio Cortázar, pero el afeitado le queda al biógrafo tan falso como el de los toros bravos.
Me quedo con el Cortázar barbado, capitán Ahab de la literatura, descubridor de mundos, tesoros y cronopios, genio de manos largas y de unos ojos claros que copió del azul del mar.