A este carácter violento se le añadiría décadas después una connotación sexista, denunciada por colectivos feministas, que quisieron ver en la noche de los muertos una excusa para que la mujer se enfundase en un atuendo provocativo. Aseguran estas asociaciones que, a medida que la fiesta de las calabazas se fue popularizando, se han ido incrementando las quejas sobre la imposición social, cultural y estética que hace proliferar disfraces como el de bruja de Halloween provocativa, vampiresas ligeras de ropa o sexis diablesas.
A mediados del siglo pasado, en un intento por controlar Halloween, los ayuntamientos comenzaron a promover fiestas benéficas el 31 de octubre, pero el verdadero control de la celebración llegó con la Segunda Guerra Mundial y el clima conservador del que se impregnó toda norteamérica. Los niños sustituyeron sus dulces, conseguidos puerta a puerta, por la recolección de otro tipo de objetos útiles para los soldados -medicinas, vendas, dinero en efectivo-. Cuando finalizó el conlicto, el Halloween recuperó su caracter festivo y su significado mágico sin limitarse únicamente a los niños. El público adulto adoptó la costumbre de convocar bailes y cenas con motivos de difuntos, decoración mágica y atmósfera fantasmal.