Muchos consideran la celebración estadounidense una fiesta mercantilista en la que, cada vez más, proliferan los atuendos provocativos que acaban con el espíritu originario del Samhaín celta
31 oct 2013 . Actualizado a las 19:50 h.La noche de las brujas de Halloween ya está aquí. Ha llegado el día. Un año más, el mundo se rinde al reino de los muertos en una fiesta exportada de los países anglosajones -importada mucho antes por los europeos al otro lado del Atlántico- que aglutina por igual incondicionales adeptos, deseosos de enfundarse en trajes de esqueletos y brujas de Halloween, y firmes opositores que tachan la celebración de mercantilista e incluso sexista.
La palabra Halloween procede de una contracción de All Hallows Eve, o Víspera de Todos los Santos, festividad asociada a los países anglosajones, especialmente a Canadá, Estados Unidos, Irlanda y Reino Unido. Hoy, sin embargo, avivado por la cultura popular del cine y la televisión, este Halloween ha conseguido extender su espíritu por todo el mundo y ya es habitual que a medida que expira octubre, las calles y las casas, con sus personales peculiaridades según las coordenadas en las que se ubiquen, comiencen a adoptar un inusual luto festivo, acompañado de calabazas iluminadas, la típica bruja de Halloween y alguna que otra telaraña, para honrar a sus difuntos.
Pero las raíces de Halloween no se encuentran en un capricho juerguista americano de disfraces, sustos y caramelos para llevar mejor el otoño. Miles de años antes del «truco o trato», los pueblos celtas ya se rendían a Halloween la última noche del verano, en una fiesta llamada Samhaín que daba paso al invierno, la estación «muerta» en la que la naturaleza se echaba a dormir hasta la llegada de la primavera. Durante esta celebración -momento que simbolizaba el lugar entre el pasado y el futuro- se creía que los muertos regresaban a la Tierra para volver, durante unas horas a sus antiguos hogares.
Algunas creencias suponían que los fallecidos tenían la oportunidad de salir de los cementerios y apoderarse de los cuerpos de los vivos para resucitar. Así, para evitarlo, los poblados celtas comenzaron a ensuciar las casas, decorándolas con huesos, calaveras y demás objetos desagradables, con el anhelo de que los difuntos pasaran de largo asustados. Otras voces, en lugar de apoyar la reencarnación, sostenían que los espíritus adquirían en Samhaín formas variadas. Los malignos solían adueñarse de aspectos animales.
La fiesta de Samhaín -el Halloween actual- duraba tres días, durante los cuales los poblados extinguían todos sus fuegos para simbolizar la entrada en un periodo más oscuro y no llamar la atención de las almas malignas. Otras fuentes vinculan estos rituales con el dios celta de la muerte. En cualquier caso, la festividad fue adquieriendo nuevas formas hasta que en el siglo XIX, más o menos hacia 1846, los emigrantes europeos exportaron con ellos a Estados Unidos sus tradiciones culturales y nació una reelaborada fiesta que se popularizó con el nombre de Halloween.
Poco a poco, Halloween fue desviándose hacia un público cada vez más joven y aquella noche que en sus orígenes había estado impregnada de una gran solemnidad evolucionó hacia una madrugada de diversión para toda la sociedad norteamericana, un espíritu festivo del que acabó contagiándose el mundo entero, hasta el punto de ser considerada una celebración mercantilista e incluso sexista.
¿Qué lugar ocupó entonces Halloween? Los rituales de adivinación y las oraciones dieron paso a las recetas de cocina para conseguir las mejores galletas con forma de fantasma, a las calabazas decoradas con motivos monstruosos, a los disfraces para asustar y a los festivales, juegos, canciones y películas de terror. La festividad se adaptó a los más pequeños de la casa y se redujeron los juegos peligrosos y las caracterizaciones demasidado reales, después de que en la década de los años 20 Halloween se convirtiese en un preocupante problema para las autoridades en las ciudades estadounidenses. Se multiplicaron los destrozos, los actos vandálicos y los robos, cometidos tras máscaras que dificultaban la labor de identificar a los responsables.
A este carácter violento se le añadiría décadas después una connotación sexista, denunciada por colectivos feministas, que quisieron ver en la noche de los muertos una excusa para que la mujer se enfundase en un atuendo provocativo. Aseguran estas asociaciones que, a medida que la fiesta de las calabazas se fue popularizando, se han ido incrementando las quejas sobre la imposición social, cultural y estética que hace proliferar disfraces como el de bruja de Halloween provocativa, vampiresas ligeras de ropa o sexis diablesas.
A mediados del siglo pasado, en un intento por controlar Halloween, los ayuntamientos comenzaron a promover fiestas benéficas el 31 de octubre, pero el verdadero control de la celebración llegó con la Segunda Guerra Mundial y el clima conservador del que se impregnó toda norteamérica. Los niños sustituyeron sus dulces, conseguidos puerta a puerta, por la recolección de otro tipo de objetos útiles para los soldados -medicinas, vendas, dinero en efectivo-. Cuando finalizó el conlicto, el Halloween recuperó su caracter festivo y su significado mágico sin limitarse únicamente a los niños. El público adulto adoptó la costumbre de convocar bailes y cenas con motivos de difuntos, decoración mágica y atmósfera fantasmal.
Con la concepción más reciente de Halloween llegó la simbólica calabaza conocida como Jack O'Lantern. Con su característica mueca, potenciada con la luz que emite una vela -en su defecto, una bombilla o una linterna- colocada en su interior, la tradicional calabaza procede de Irlanda, donde los campesinos solían vaciar hortalizas para iluminarlas por dentro y ahuyentar así con su luz -y su gesto- a los espíritus que vagaban en la noche. Con su llegada a Estados Unidos, los rábanos y demás frutas y verduras se cambiaron por estos contenedores naranjas -implatando este color como el típico de Halloween-, más grandes y fáciles de conseguir sobre todo en octubre.
Alrededor de la calabaza de Halloween giran todo tipo de leyendas. La más popular relata la historia de Jack, un astuto granjero que engañó al diablo tras venderle su alma y fue condenado por ello a vagar eternamente por la Tierra, sin posibilidad de ser aceptado ni en el cielo ni en el infierno. Así, el hombre ahuecó una de sus hortalizas para introducir una luz en su interior y deambular con ella por todo el mundo. En algunas versiones, es el mismo Dios el que le facilita a Jack el nabo como guía para iluminarle.
Además de las calabazas, otros elementos se han ido adueñando del folclore popular que rodea la fiesta. La bruja de Halloween, los gatos negros -fieles de la magia negra-, los fantasmas, las arañas, los murciélagos, los vampiros, las dotes adivinatorias, los cementerios o los esqueletos se han asentado en esta festividad que da la bienvenida al mes de noviembre. Estos últimos proliferan especialmente en los países de centroamérica, centrados a conciencia en el culto a los muertos. En oposición a las celebraciones católicas, las festividades de Halloween en estos lugares del mapa -el Día de los Muertos- son citas alegre, en las que se recuerda a los familiares fallecidos con ofrendas de flores, bailes, comida e incienso. Surgen de aquí las representativas y decorativas calaveras mexicanas conocidas como Catrinas.