Visita guiada al interior del periódico

Á. M. Castiñeira REDACCIÓN / LA VOZ

HEMEROTECA

¿Cómo se hacía La Voz cuando se escribía con pluma sobre cuartillas y se imprimía con tipos de plomo? Lo contó al detalle «El más chico de la casa»

11 ago 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

«Son las once y media de la mañana y en esta sala de redacción donde hay siete espléndidas mesas» entra el redactor jefe. «Sobre el cartapacio de su escritorio hay un rimero de cartas, periódicos y notas». Empieza la jornada en La Voz de 1912. «Creo que no es impertinente contarle al público cómo hacemos el periódico», escribe quien se dispone a guiar al lector, y que firma como «El más chico de la casa».

«La primera y más enojosa labor» es la de «atender o tirar al cesto las genialidades de unos señores que se creen con derecho a la letra de molde con el menor pretexto». Sigue, ya comenzada la tarde, la de ir «repartiendo la labor que los demás rendimos [...], amén de organizar, reunir y compaginar lo que va llegando». Un redactor «ha dejado correr la pluma en una nota escrita con levantado estilo y queda dispuesto para otra». A su lado, un colega «terminó ya su lectura de los periódicos ingleses, franceses e italianos y nos ha referido cosas». «¿No caería bien esto para un par de cuartillas?».

«Faltan aún los compañeros que de la calle han de traer el suceso, la gacetilla de los centros oficiales, las informaciones de los tribunales, puerto, pesca...». Llega uno, «que viene repleto de notas y va a llenar una columna [...] y a dejar unas impresiones del suceso saliente».

Tras él, aparece el encargado del taller de linotipias. Recoge unos papeles y se da la vuelta. «Sigamos al sujetiño». Ante las máquinas que trabajan el plomo «están una señorita muy seria, pero muy simpática, un rapaz [...] que aquí aprendió el tejemaneje, otro rapaz rasurado [...], teclea que teclea, juntando líneas, formando ringleras que después serán columnas, más tarde planas y finalmente objeto de lectura y juicio para ti, lector».

Telégrafo y pruebas

Llega la noche. «Son ya las once [...] y estamos otra vez en la redacción. Todos no [...]. Otros compañeros andan a la caza del suceso, como para informarse de la reunión, la huelga, el mitin o el festival que se preparan. Pero no pasará mucho rato sin que nos juntemos todos». Por el telégrafo llega «la información de nuestro ínclito corresponsal en Madrid», en «papeles azules copiosamente cruzados de líneas impresas».

Viene el pruebero. «Cada trozo de columna de los que has visto salir de las linotipias lo amarra con un cordel, lo echa sobre una prensita, extiende encima un pedazo de papel y obtiene la prueba. Veamos qué erratas hay [...]. Las marcamos en el texto con la pluma y al margen hacemos la rectificación».

Dan las cuatro de la madrugada y «es hora de confeccionar». Como es costumbre, «hemos escrito para veinte columnas y no entran más que diecisiete». De la redacción, a la imprenta. «Señalados por nosotros, el regente va tomando estos trozos de composición, que le servirán de materiales para edificar la primera plana [...]. Coge trozos, completa columnas, las separa unas de otras por esas rayas verticales negras que se llaman corondeles [...]. Ya están ahí, formadas en unos veinte minutos de jadeante trabajo, esas planas que parecen leve cosa y representan unos millones de letras, varios quintales de peso y toda una asociación de trabajo colectivo para formarlas [...]. A la máquina con ellas».

A empujar la manivela

Hay que «conducir y guiar la enorme tira de papel que parte de las bobinas». Y es entonces cuando, al empujar la manivela del motor, «la rotativa rompe a andar [...]. Cada minuto brotan más de un centenar de números plegados [...]. ¡Qué encanto de máquina!».

En el serrallo, un grupo de mujeres, las plegadoras, están ya «formando los paquetes que han de salir en los correos. La labor es febril y aturde». Despachados estos ejemplares, da inicio «la entrega de paquetes contados por cientos o por veinticincos a los repartidores y a los vendedores. De los primeros señalemos uno. Aquel anciano de blancas barbas y cabeza de estudio. Su nombre es Andrés Nonide, tiene cerca de los setenta años y es veterano de dos guerras [...]. El primer número de La Voz lo llevó él a domicilio».

«Las seis y pico, ¿sabes, lector? [...]. La perra vida de los periodistas. Los periodistas... esos seres afortunados».