Y al final se impuso la euforia

M. V. F. LA VOZ / VIGO

ZONA CELESTE

Oscar Vazquez

Balaídos pasó por todos los estados de ánimo posibles en un partido de infarto en el que no faltó de nada

03 oct 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Durante el partido de ayer en Balaídos hubo tiempo para casi todos los estados de ánimo. Pero entre el nerviosismo, el miedo, la desconfianza o la frustración, al final se impuso la euforia que había predominado durante la mayor parte del encuentro. Porque el aficionado del Celta aprende desde que tiene uso de razón que hay una serie de equipos a los que es casi imposible ganarles. Uno de esos rivales es el Barcelona, al que los de Berizzo ya golearon hace un año. Y la ilusión de repetir estaba ahí, pero más como un sueño lejano que como algo factible.

La grada de ayer -algo más nutrida- era la misma que en la primera jornada vio a los suyos perder contra el debutante en Primera Leganés. Y que luego sufrió otras dos derrotas (una en la distancia) en un inicio desastroso. Poco podía imaginar entonces el celtismo que celebraría una nueva victoria ante los de Luis Enrique. Sí lo imaginaban al descanso, con un 3-0 de ensueño. «Esto me trae recuerdos...», insinuaba un aficionado con descaro ya tras el 1-0. El vendaval de juego y goles que se desató desde ese momento trajo consigo la euforia de una grada que no se lo creía del todo.

Los más viejos del lugar llamaban a la calma. «Queda moito por diante...». Y a la vez alguno se retrotraía hasta «aquella vez que Mostoivoi...». Prueba de que el de ayer tenía también aroma a partido para la historia. Se intuía también de los cánticos relajados de «fútbol de salón» o «míralos, cómo se acojonan», que salían irrefrenables de las gargantas celestes. Y al descanso, mientras más de uno inmortalizaba el momento con selfies, sonó Mi gran noche. Iba a serlo, pero todavía estaría en suspense.

Los dos primeros goles del Barcelona cambiaron la perspectiva de una afición acostumbrada a que las alegrías duren poco. A que les piten penaltis que a sus ojos no lo son y a que las decisiones arbitrales les llenen de impotencia. Se experimentó también esa sensación en la grada. Como la de haber vivido antes eso de que un partido casi ganado se te escape. Por eso el celtismo puso todo de su parte para evitarlo, apretando en los momentos claves y evitando que los culés presentes -en la grada visitante y diseminados por todo el estadio- se hicieran oír.

De los «olés» y el «eo, eo, eo, esto es un chorreo» se pasó al «se me sale el corazón» de algún aficionado con el 3-2. El gol del Tucu, aclamado con el «Tucu, Tucu» cada vez más habitual, puso pausa después de la entusiasta celebración. Pero todavía no estaba todo dicho. La hinchada apretó los dientes para soportar cinco largos minutos de descuento -como lo había sido en realidad toda la segunda mitad- antes de explotar de júbilo con el pitido final que certificaba otra noche grandiosa frente a los culés.

De nuevo cánticos contra la venta

El presidente del Celta, Carlos Mouriño, volvió a oír por segundo partido consecutivo cánticos alusivos a la venta del club. El «Mouriño, atende, o Celta no se vende» se escuchó también ayer en Balaídos. Por otro lado, las tensas relaciones que vivían las directivas de Celta y Barcelona en los últimos tiempos parecen haber encontrado una tregua. Al contrario que en el último enfrentamiento entre ambos conjuntos, en el Camp Nou, esta vez sí hubo comida de directivas, recuperando una formalidad cuya ausencia anterior había puesto de manifiesto los problemas entre los clubes.