Y de la mano del celtismo, resucitó

MÍRIAM V. F. VIGO / LA VOZ

GRADA DE RÍO

Oscar Vázquez

La afición vio recompensado esta vez el gran despliegue que hizo para impulsar al equipo

05 jun 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

El celtismo hizo todo lo que estaba en su mano. Por la semana y, sobre todo, ayer. Su comportamiento en las horas previas al Celta-Barcelona fue el de las grandes citas, con una ciudad volcada para arrimar el hombro en la tarea de la salvación. No se le podía pedir más a una afición que había hecho cola el miércoles —ya fuera online o presencial— y que había llenado la Cidade Deportiva Afouteza, los aperitivos de lo que fue el día de partido.

Un recorrido por la zona centro de Vigo desde primer ahora de la tarde deparaba camisetas celestes por todas partes y lucidas por gente de todas las edades. El club empapeló algunas calles con el cartel del encuentro, bajo el lema A vitoria é nosa y en las conversaciones de la calle tampoco faltaba el tema. «Cuando ganábamos, era con Luca», decía un aficionado a otro en una terraza. «¿Si nos salvamos vas a saltar al campo?», preguntaba un joven a una amiga en el autobús urbano camino de Balaídos. Más atrás, otro grupo se intentaba aclarar con las combinaciones: «Con triple empate, descendemos», anunciaba uno ante la preocupación del resto.

En la Praza de América era la primera cita a las 18.15 horas, pero desde bastante tiempo antes ya se comenzaban a congregar los aficionados, la mayoría de celeste, dejando de lado las equipaciones visitantes para hacer caso al club y buscar un Balaídos monocolor. Allí hubo los primeros petardos y bengalas, pero sobre todo, cánticos de apoyo al Celta y algún «Mouriño, vete ya». Recorrieron la calle Fragoso en los instantes previos al recibimiento.

Y esa bienvenida al Celta fue de las de época. De las que el celtismo es capaz de protagonizar de la misma manera si está en juego una eliminatoria europea, como en la campaña 2016/2017, o si lo está una permanencia, como en A Nosa Reconquista, solo dos años más tarde. Una marea celeste inundó la explanada de Tribuna y rugió para impulsar al equipo pese al estorbo de las vayas, pese a los nervios o a la rabia de las semanas anteriores tras pasar de pensar en Europa a ver cómo todo se iba a pique.

Nada más terminar el recibimiento, comenzaron a acceder los primeros aficionados a Marcador. Otros, seguían de previa y algunos, todavía llegaban o lo harían más tarde. Pero se había pedido entrar pronto y se notó en el calentamiento. Mucho más, en el Himno, que resonó para luego dejar paso al minuto de silencio por el excéltico Paco Rivera, recientemente fallecido.

A partir de ese paréntesis, el celtismo no tuvo un minuto de descanso ni de tranquilidad. Primero, un gol anulado al Barcelona cuya no validez se celebró como un gol propio. Más tarde, y tras lamentar al borde del infarto un par de ocasiones celestes, el estadio se vino abajo para celebrar el gol de Gabri Veiga. Con Aspas, que ejercía de entrenador desde el banquillo, a la cabeza de los festejos, saliendo disparado a correr hacia el porriñés.

Más de 23.000 espectadores

Aunque con los nervios a flor de piel, la hinchada, formada por 23.365 espectadores gracias a la apertura de la nueva grada de Marcador, no dejó ni un segundo de arropar al equipo. Se volvió a venir abajo el estadio al marcar el segundo tanto Gabri Veiga a los diez minutos de la segunda parte con un gol que pretendí ser un centro, pero que se coló en la portería y valió unos minutos de tranquilidad que no serían muchos.

Poco después, y tras escucharse en el estadio cánticos de «Gabri, sí; Mouriño, no», el porriñés, físicamente agotado, fue sustituido. Y a partir de ese momento, pudo vérsele como un aficionado de los más sufridores. Temblando, sin parar de moverse, levantándose a preguntar a Álex Andújar, miembro del cuerpo técnico encargado de esa tarea, cómo iban el resto de partidos.

Cuando ya se cantaba «que bote Balaídos», viendo el objetivo muy cerca, llegó el mazazo en forma de gol de Ansu Fati para recortar distancias. Todo seguía igual en Pucela, pero un nuevo gol del Barcelona y uno del Valladolid deparaban otro resultado que no hubo que lamentar. Siguió empujando el celtismo, a la par que sufriendo, y la entrada de Iago Aspas por Seferovic fue otro momento culmen: ovación de gala para el que siete días antes dijo que, si hacía falta, jugaría en silla de ruedas.

El final del partido supuso, seguramente por encima de cualquier otra sensación, el alivio. Pero también la euforia. Las gargantas aún seguían a punto como para entonar con fuerza el himno del Celta. Momentos de abrazos y sonrisas a la espera de otro año en Primera.