Celtismo en 99 países y sumando

GRADA DE RÍO

Daniel Martínez.Daniel Martínez
Daniel Martínez CEDIDA

Daniel Martínez es un vigués apasionado de los viajes y del Celta que ha paseado sus colores por una larga lista a la que sigue añadiendo nuevos lugares

21 jul 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Daniel Martínez (Vigo, 1985) ha pisado hasta la fecha 99 países y en todos ha vestido algo celeste. La foto que compartía recientemente en el fondo del mar de Andamán posando con la bandera del club del que es aficionado desde niño es un ejemplo de decenas. A menor ritmo, la lista sigue creciendo. Ahora piensa en un lugar especial en el que alcanzar la cifra redonda de 100.

Empezó con 19 años y movido «por la pasión», explica contundente. Documentalista de profesión, se desplaza por trabajo, pero, sobre todo, por placer. Y desde el principio, siendo embajador de los colores celestes. «Soy muy celtista, muchísimo, y desde pequeño siempre fui con el Celta. Soy de los imbéciles que siguen enfadándose y jodiéndose el día cuando no salen los partidos bien», admite entre risas.

Lleva algo celeste siempre, incluso un buen puñado de prendas, ya que suele apostar por viajes largos. Además, en más de una ocasión ha regalado algunas en los países pobres que ha visitado. «Tengo también una bocatería y un patrocinador me regaló camisetas de publicidad, no las oficiales», señala. Y asegura que raro es el sitio al que ha ido y nadie ha sabido identificar las prendas del equipo vigués.

Comenzó por destinos más cercanos y accesibles en lo económico y, poco a poco, fue incrementando el nivel y la dificultad, ahonda. Suelen ser viajes de meses, por lo que no hay una época del año concreta, y «casi siempre solo o con algún compañero». En cuanto al desembolso, asegura que «quedarse en España, muchas veces, es más caro según dónde vayas y tus pretensiones. En este mundo capitalista, si quieres gastarte 10 millones en un viaje, puedes. Pero también se puede hacer por mucho menos», argumenta. Le atrae de manera especial visitar campos de fútbol.

Su imagen más llamativa de celeste por el mundo cree que es la del mar de Andamán que colgó en Twitter hace poco. «No soy de hacerme muchas fotos y al viajar solo, es complicado», dice. Su aventura más especial fue en Mongolia, que le conquistó por completo. «Es muy desglobalizado y conocían a Iago Aspas», afirma sobre un país «con menos habitantes que Madrid y que es dos o tres veces España, con un par de carreteras asfaltadas y si quieres llegar de un punto A a uno B, tienes que ir monte a través. No se ven ni postes de luz, el 80 % de la gente es nómada y como no hay hoteles, el único sitio para dormir son sus campamentos. Raramente puedes darte una ducha si no es en un río o cargar tu móvil o lo que lleves».

Siempre se ha adaptado bien a esas «condiciones prehistóricas» que ha vivido en enclaves donde ha estado. «Es un proceso lento y ni te das cuenta. Pero sí he estado en sitios muy extremos y bien. Sufres, pero sarna con gusto no pica», sostiene. Los lugares más extremos, añade, pueden haber sido Sudán, Siria o «algún otro país con algún conflicto interno», pero repetiría en todos. Ya lo ha hecho en algunos como Tailandia, Turquía o Italia. Y en varias ocasiones se ha sabido en peligro. «En África, me quedé tirado con un Dacia Logan cuatro días y cuatro noches sin comer ni beber. Una historia muy rocambolesca», desliza. Ha tenido malaria y cólera.

Daniel cuenta que de un tiempo a esta parte ha bajado el ritmo. El covid le frenó, así como otra cuestión más importante. «Lo único que me ha asentado es que me he enamorado de una chica. Ahora viajo por las Rías Baixas, que también son increíbles», recalca. Con Pakistán como primer país que se le viene a la cabeza cuando se le preguntan por lugares donde aún no ha estado y le apetecería, explica que el próximo destino no está decidido. «Será el número 100 y no hay 200 países, así que tiene que ser importante. Aún no sé cuál va a ser, pero estoy esperando que llegue un buen momento para ir», avanza. Sobre que el celeste irá con él no hay discusión.

Old Trafford, en Tailandia

A Daniel Martínez, la vuelta de la semifinal de Europa League en Manchester le pilló en Tailandia, donde estuvo viviendo durante «una temporada larga», explica. «Cuadraba que eran las cuatro de la mañana y convencí a mucha gente verlo en directo. Y en el casi gol de John Guidetti gritó casi toda la isla el casi gol. Fue un evento local casi», apunta sobre la expectación que logró generar con su celtismo. Se las ingenia como puede para ver los partidos o, al menos, estar al tanto de los resultados cuando es posible.

El mesías «Celta, Celta, ra, ra, ra»

Con un 80 % de su vida de un lado a otro con una mochila a la espalda, Daniel tiene un sinfín de anécdotas. La más emotiva en relación con el Celta la vivió en el Kurdistán, en un pueblo donde no hay prácticamente nada. Un lugareño le acogió en su casa y le enseñó la localidad. Desde una colina, vio una pagoda entre la maleza, un edificio religioso que se empeñó en querer conocer. Aunque su interlocutor le habló de la dificultad de llegar, él se empeñó y se plantó allí siguiendo las indicaciones.

Se encontró una edificación casi en ruinas, sin luz «ni se le esperaba», con niños que están obligados a vivir un período como monjes y «un señor muy mayor» que era su mentor. Les transmitió «en el idioma de los gestos y las sonrisas» que era amigo, que solo quería conocer el templo. Y así fue. En una de las habitaciones había una niña que se encontraba mal y le dieron a entender que iba a morir. «Tosía y tenía mucha fiebre. Siempre llevo una riñonera con algo de botiquín. Saqué un antigripal y fliparon con aquello haciendo chiribitas y con la espuma naranja. Rollo alquimista. Aunque el señor era reticente a que la niña bebiera aquello, lo tomó», recuerda.

A la salida, los niños a los que al principio les daba miedo con sus «pintas» y un machete que su anfitrión le había dado para la maleza, se mostraron más amigables. «Llevaba esas camisetas del Celta de publicidad, se las di y les enseñé a cantar ‘Celta, Celta, ra, ra, ra'». Les hizo fotos con la cámara desechable que llevaba y cuenta que le decían «Celta, Celta, ra, ra ra» como si fuera su nombre. Pensó en imprimir las fotos y llevárselas, para lo que tuvo que ir a otra ciudad a revelar y pasaron varios días hasta que volvió al templo.

Cuando lo hizo, fue «como si hubiera llegado el mesías Celta, Celta, ra, ra, ra. Todos sacando las camisetas. Se pusieron a la cola y le di a cada uno su foto», relata. Al final de la cola, apareció la niña que pensaban que se iba a morir y que se había recuperado con un antigripal: «Me dio un abrazo y fue un momento muy emotivo», recuerda.