«Manolo y Fenoy fueron como padres para mí»

M. V. F. VIGO

GRADA DE RÍO

CEDIDA: FAMILIA CASTIÑEIRAS

Gelo Castiñeiras recuerda los diez años que vivió como jugador del Celta: «Repetiría ahora mismo»

01 ene 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Hace unos días, el nombre de Gelo Castiñeiras vino a las memorias de los celtistas más veteranos a raíz de la muerte de Diego Armando Maradona. Porque el marcaje que el santiagués hizo al Argentino en un Barcelona-Celta de 1982 despertó los elogios del Pelusa y quedó en las retinas de quienes lo vivieron. Pero los años de Gelo en el Celta dieron para mucho más.

Gelo llegó al Celta a los 17 años y estuvo hasta los 27. Su fichaje fue algo completamente inesperado hasta el punto de que había ido a probar al Barcelona y estaba a punto de firmar. «Estaba en el Vista Alegre y había ido a La Masía con el delegado, Celestino. Pues ya me habían dicho que me quedaba y llamó el presidente al delegado para decirle que volviéramos ya, que ya tenía la ficha en Vigo», recuerda entre risas. ¿Una decepción para él? «No, no, para nada. Yo con esa edad solo quería jugar, el dinero no me importaba nada y, además, era aficionado del Celta pese a tener un padre deportivista», rememora.

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Así que a los dos días de estar a punto de ser jugador culé, Castiñeiras estaba en Cabeza de Manzaneda con el Celta. «Toni Cuervo fue el que me llevó para arriba. Fui a prueba con ellos y enseguida me dijo: ‘Chavalín, te quedas con nosotros’. Echó poco tiempo, pero lo recuerdo con especial cariño», afirma. Menciona también como técnicos que le marcaron a Laureano Ruiz y a Pavic. «Era un fenómeno, tranquilo, educado... Un gran entrenador», señala.

No puede decir lo mismo de García Traid. «No tuve trato con él porque estuvo en un momento en que estaba lesionado, pero un día le pedí permiso para venir a Santiago con la familia y me dijo: ‘Usted no tiene nada que hablar conmigo, no es de mi equipo, pertenece al equipo médico’. ¿Qué palabras son esas? Cogí y me vine un mes», recuerda. En tantos años, hubo compañeros que luego pasaron a ser entrenadores, como Félix Carnero o Pedrito, del que dice que «era otro fenómeno, un compañero más con el que ir a tomar cervezas todos juntos después del entrenamiento», cuenta.

Fenoy, con el que le encantaría poder contactar, y Manolo, con el que mantiene la amistad, fueron «como padres» para Gelo, mucho más joven. «Yo era un niño y me encontré con gente muy madura, tengo recuerdos impresionantes, di con gente muy buena que me trató fenomenal», agradece. «Fenoy, que me llamaba ‘niño’, fue como un padre y Manolo, igual. Me ayudaron en todo», cuenta.

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Pero él también les echaba una mano, sobre todo al Gran Capitán. «Me llamaba el utillero. Me cogió de mano y cuando íbamos de viaje, me encargaba de sus maletas. Hoy en día, le dices eso a cualquier juvenil y te manda a paseo», cuenta entre carcajadas antes de constatar que «eran otras épocas».

El propio Gelo fue capitán del Celta durante cinco años, aunque renunció voluntariamente cuando, estando lesionado, se tomó una decisión sin contar con él. «Estando recién operado, hubo una reunión cuando fue la huelga de futbolistas para la Seguridad Social, vinieron dos compañeros a casa y luego hicieron lo que quisieron. Por eso dejé la capitanía», relata. La cogió Pichi Lucas, al que ha seguido viendo. «Le llamaba por su nombre real y no quería, se enfadaba muchísimo. Me decía: ‘¡Tu puta madre, hijo de puta!. Y yo: ‘¿Pero qué pasa? ¡Si te llamas así’».

Entre los mejores recuerdos que conserva está su debut en un ciudad de Vigo frente al Nottingham Forest. «Fue de los momentos más bonitos míos porque era el debut y al día siguiente me quería fichar el Nottingham Forest. Salió en la prensa y me lo decían en todas partes. Imagínate lo que era eso con 17 años», rememora. Pero le quedaban otros diez en el Celta, la mitad compartidos con un Manolo cuyo adiós también le marcó mucho. «En Vigo se vivió como una pérdida terrible. Recuerdo aquel campo lleno en su despedida, que era impresionante», dice.

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Inevitablemente, los descensos son un capítulo amargo, aunque Castiñeiras supo lo que es bajar de Primera a Segunda B y también hacer el camino inverso. «Bajar a Segunda B fue un palo. Cuando las cosas iban bien, nada, pero cuando iban mal, recuerdo un grupo de gente a los que llamábamos la quinta columna que iban al entrenamiento con una gaita, una pandereta y un bombo a reírse de ti», lamenta. Algo aislado, porque del celtismo no tiene queja alguna, sino todo lo contrario. «Me sentí muy querido y bien tratado siempre, estoy muy orgulloso de eso», señala.

Su adiós al Celta sí fue un momento verdaderamente amargo. «Entré por la puerta después de las vacaciones y me dejaron una carta en las oficinas encima del mostrador. Ni un hasta luego del presidente. Me sentí tratado como un delincuente», recuerda con tristeza. Solo una persona se despidió de él. «El difunto Quinocho se abrazó a mí y lloramos los dos. Del Celta no supe nada más, hasta hoy».

Quizá por ese final abrupto, se desvinculó por completo de todo lo relacionado con el fútbol, aunque jugó en veteranos hasta que, pasados los 50, la rodilla en la que lleva cuatro operaciones dijo basta. Pero a día de hoy dice no conocer a los jugadores ni saber siquiera en qué categoría está el Celta. «Lo que viví lo repetiría ahora mismo y al Celta le deseo lo mejor. Pero pasé página. No sé, hay cosas como que un jugador cobre 200 millones y otros nada que no entran en mi cabeza y no me gustan», explica.

SANDRA ALONSO