Mouriño le hace un Letizia a Abel Caballero

Ángel Paniagua Pérez
Ángel Paniagua VIGO / LA VOZ

GRADA DE RÍO

Óscar Vázquez

Tensión en el palco de Balaídos: Carmela Silva intenta ocupar la silla del presidente y este abronca al alcalde: «¡Que nadie ocupe mis sitios!»

18 abr 2018 . Actualizado a las 10:05 h.

Observaba Carlos Mouriño el palco, su palco, con la mandíbula tensa, el gesto grave y las manos ancladas muy al fondo de sus elegantes bolsillos. Subido ocho peldaños por encima del resto, el presidente del Celta contemplaba cómo su archienemigo Abel Caballero, todo él dientes, se convertía en el centro del palco, saludando a diestro y siniestro, levantando los brazos ostensiblemente y buscando gestos de complicidad, qué tal, hola, qué tal, con unos y con otros. Mouriño permanecía con los labios sellados, a saber qué pensaba.

Aquello era una batalla, un duelo de presidentes. El Celta había anunciado el día anterior que nadie del consejo de administración del club se sentaría junto al alcalde de Vigo en el palco de Balaídos. Caballero acudió armado por un ejército de concejales. Dio una vuelta alrededor del estadio, hizo carantoñas a los niños, estrechó manos, alabó la obra que él promueve, caray, quién tendría una idea tan brillante. Apareció en la tribuna y allí aguantó concentrado los aplausos y soportó tenso los pitidos. Sonrisa amplia, mirada fría. Caminó por delante de Mouriño evitando que sus miradas se cruzasen.

¡Que nadie ocupe mis sitios!

Cuando acabó el himno, que escuchó él solo en un lateral del palco, Mouriño tenía que cruzar hacia el otro lado. Para hacerlo, evitó el caminó lógico, porque suponía hacer levantar al alcalde de su silla. En cambio, se metió en las dependencias interiores del palco y apareció en el otro lado. Entonces se dirigió a Caballero. Furioso, avisó: «¡Que nadie ocupe mis sitios!». Visiblemente destemplado, Mouriño abroncó al alcalde, le avisó que utiliza dos plazas y le dijo que, si alguien se sentaba allí, él se colocaría delante. Caballero no le hizo ni caso.

Los asientos del palco están rotulados. A la derecha de Caballero había una silla vacía, después estaba el directivo del Barça y después, Mouriño. La escena tensó el palco hasta el extremo. Aquello parecía la catedral de Palma tras el duelo de reinas.

Pero, tras la bronca, Carmela Silva se salió del guion. La presidenta de la Diputación, que estaba a la izquierda de Caballero, se sentó a su derecha, en uno de los dos asientos de Mouriño. Este lo vio y se levantó raudo. Enfurecido, rompió a gritar a Silva para que abandonase ese sitio. Ella se revolvió. Mouriño insistía con ira, el cuerpo tenso. El alcalde ordenó a Carmela Silva que cediese y ella se levantó. El presidente aguantó de pie. Caballero ni siquiera le dirigió una mirada. Detrás, los concejales David Regades y Carlos Font -que sí habían saludado a Antonio Chaves y Felipe Miñambres-, reían y hablaban entre dientes, nerviosos.

Al terminar, Caballero se dio otra vuelta al estadio. Como hacen los toreros.

Con sabor agridulce a fin de temporada

El Celta-Barca tenía muchos ingredientes de partido atípico. En martes, con las opciones europeas casi agotadas y con el ambiente enrarecido por el nuevo capítulo del conflicto entre club y Concello. Pero con el balón rodando fue como estos duelos tienen acostumbrada a la afición: llenos de emoción y alternativas.

La emoción había brillado por su ausencia en el recibimiento -poca gente y algo fría-, pero apareció luego. La grada se entregó en direcciones opuesta desde antes de empezar: aplausos a Denis, silbidos al palco, ovación al equipo, pitada a Unzué. Con el balón en juego ya todos a una, menos los simpatizantes blaugranas que se destaparon con el primer gol del partido.

Antes de ese momento, el celtismo se había echado las manos a la cabeza unas cuantas veces, tantas como ocasiones desperdiciaron los celestes. Hubo que esperar al suspiro antes del final del primer tiempo para celebrar el gol celeste de Jonny. Había vida y 45 minutos para ilusionarse con la machada, pero la ilusión se torno en impotencia cuando Fernández Borbalán no quiso ver un derribo a Maxi dentro del área.

Cantaba Balaídos «vamos, Celta, mete un gol» pero primero llegó el del Barça. Al final empate y el celtismo se marchó orgulloso de un equipo que volvió a plantar cara al Barcelona, pero cuando ya no era suficiente para colmar sus aspiraciones europeas aunque Unzué mantenga que aún es posible. El sabor agridulce de ayer seguramente tenga el mismo regusto que la temporada 2017/2018 celeste.