La enciclopedia viviente del celtismo

Míriam Vázquez Fraga VIGO / LA VOZ

GRADA DE RÍO

M.MORALEJO

Julián Mouriño, de 95 años, recuerda con detalle cada hito en la historia del club de su vida

27 nov 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Julián Mouriño (Vigo, 1922) es una auténtica enciclopedia celtista viviente. Con una facilidad pasmosa, enumera partidos y acontecimientos de la historia del club de los que fue testigo, con fechas y protagonistas. Pero lejos de la frialdad de los simples datos, el socio número 5 del Celta desprende un profundo sentimiento celtista en cada palabra: «Es mi pasión, siempre ocupó un lugar preferente en mi vida. Lo más importante después de mi familia, el no va más».

Nacido año y medio antes que el club, sus primeros recuerdos datan de 1928. «Tenía seis años y mi padre me llevó al campo de Coia. Allí vimos un partido contra el Deportivo que terminó en una goleada escandalosa, 13-0», dice. Rememora que él mismo le pidió a su progenitor que le llevara. «Ya sabía leer y ojeaba los periódicos que encontraba a mi paso. Aquello del fútbol y el Celta me llamaba la atención», comenta. Poco después se abrió el estadio de Balaídos, «con escalones en vez de gradas y un semicírculo de tierra en Gol».

Mouriño estuvo presente en el partido inaugural del estadio. «Un 7-1 ante el Real Unión de Irún. A partir de ahí ya iba siempre», recalca con orgullo. De esa época le marcaron futbolistas como Reigosa o Gustavo. Después vinieron ídolos como Nolete, Pirelo o Mesa. «¡Y hubo una época con cinco canarios! Entre ellos Roig y Del Pino, grandes futbolistas», menciona.

Socio al hacerse mayor

En el 39 Julián tenía 17 años. Llegó el momento de hacerse abonado. «Era mayor y ya no me dejaban entrar con mi padre. Lo recuerdo como si fuera ayer. Había mucha cola». Los primeros números de carnés, dice, los tienen aficionados que se abonaron aquel 1 de julio. «La diferencia es de minutos. Luego los colocaron por orden alfabético. A mí algún año hasta me subieron el número en vez de bajarlo», lamenta.

El primer gran hito que recuerda es la final de 1948, aunque no la vivió in situ como sí haría con las otras dos finales de Copa. «No se podían hacer cambios y en ese partido contra el Sevilla al Celta le lesionaron a tres, uno de ellos el portero. Y perdió 4-1». Ya en el 94 sí estuvo en Madrid. «Pasamos toda la noche del sábado metidos en un coche sin dormir. Luego vino la desilusión», rememora. Pero entre los secretos para permanecer casi 80 años como socio está no desanimarse jamás. «Las decepciones nunca me alejaron del equipo. Los celtistas de verdad vamos todos a una en los peores momentos», asegura.

Otro de esos instantes fue la crisis de los avales. Tampoco faltó a la movilización en Madrid en 1995. «Vivimos una gran incertidumbre. Fuimos un grupo enorme a donde se reunían los presidentes y vino la policía a contenernos». Hubo final feliz, pero no así en su experiencia con los derbis. «Fui a muchos, pero hace años casi me matan con una piedra enorme y no volví. Me gusta la rivalidad, pero estando cada uno en su sitio».

Manzanilla para las derrotas

Asegura Julián que él es «de temperamento apaciguado», pero los disgustos del Celta le afectan interiormente. Su hija María Isabel da más datos. «Cuando éramos pequeñas, mis hermanas y yo le esperábamos en Castrelos con mi madre. Recuerdo escuchar por el transistor cómo iba el partido no porque nos importara, sino por saber de qué humor vendría papá», relata. Si los celestes ganaban, había dinero para caramelos; de lo contrario, recuerda a su madre preparándole manzanilla.

Sus hijas no salieron futboleras y, aunque su esposa, Estrella, fue socia durante años, hace tiempo que se dio de baja. Su sitio lo tomó uno de sus nietos y sucesores en el celtismo, Roi y Xián. «De pequeños los llevaba él y desde hace años es al revés», cuenta María Isabel con ternura. Y eso que Julián, socio de Río, conducía su propio vehículo hasta diciembre del año pasado, cuando la familia no quiso que renovara el permiso.

También detrás de sus contadas ausencias en Balaídos están las mujeres de su vida. «Es propenso a las neumonías y cuando es tarde y hace frío no le dejamos. ¡Por él iría siempre!». Relata la mediana de sus tres hijas que los planes dominicales iban en función del fútbol. Él lo admite. «Mi señora se identificaba con esa canción de ‘por el fútbol me abandonas’. Yo si faltaba es por algún viaje inevitable o por estar enfermo». Y en este último caso no ha olvidado «lo mal que lo pasaba cuando aún ni siquiera radiaban los partidos y no había manera de enterarse».

No le ocurrió con la ida de la eliminatoria del Aberdeen. «Estuve en Balaídos, claro. En Escocia no, pero me hablaron muy bien de lo que vivieron aun perdiendo». Si tiene que elegir un partido, es otro europeo. «En aquel 7-0 al Benfica tenía un periodista portugués detrás que miraba a un lado a otro hacia el resultado en Gol y Marcador. ¡No se lo creía y yo tampoco!». En ese equipo estaba el mejor céltico que ha visto: Mazinho. También habla con cariño de Oubiña o de la Champions. Hoy le encanta Aspas, pero aclara: «No quiero más a los de casa, a todos los célticos los quiero por igual».

Su mayor orgullo

Su momento más feliz fue cuando recibió la insignia del club, «una emoción enorme». Y aunque por una parte le gustaría ser el número uno, le «trae sin cuidado» porque su orgullo es otro. Una vida de celtista que comenzó a los 6 años, la misma edad a la que llevó por primera vez al campo a sus nietos. «Se lo inculqué como a mí mi padre». Tres generaciones con una misma pasión celtista inagotable. Como la «memoria privilegiada» que le permite a Julián compartir cada detalle de una vida de celtismo.