El Celta protagoniza el empate más meritorio de la temporada

L. G. C. VIGO / LA VOZ

GRADA DE RÍO

XOAN CARLOS GIL

Ante un Sevilla de campanillas y con un once de circunstancias, el 1-1 de los de Berizzo frente al equipo de un ausente Emery puede considerarse un triunfo

11 may 2015 . Actualizado a las 12:36 h.

El Celta firmó ayer el empate más meritorio de la temporada, porque puntuar ante un Sevilla de campanillas y con un once de circunstancias puede considerarse un triunfo. Sobre todo si se tiene en cuenta que en la segunda mitad fueron los célticos los que perdonaron.

La clave del empate nació del planteamiento. En vez de saltar al terreno de juego a morder y comerse a los sevillanos, Berizzo, consciente de que no tenía a su equipo estrella, prefirió bajar el ritmo, apostar por posesiones interminables e intentar contagiar al Sevilla de una velocidad lenta. En el arranque no le funcionó. Los de Unai Emery, que ayer no se sentó en Balaídos debido al fallecimiento de su padre, fueron a lo suyo y a los ocho minutos ya sacaron los colores a la defensa, pero a medida que el tiempo se fue consumiendo y el Sevilla se fue adormilando, el choque cambió de cara.

El Celta, viendo que tras el penalti de Mina se mantenía con vida en el partido, fue saliendo poco a poco de su escondite y sostenido por un Orellana al que solo le faltó el gol, acabó asomándose una y otra vez a las inmediaciones del área sevillista. El problema fue que allí el equipo echó de menos más precisión en el último pase y sobre todo a un rematador. El chileno puso todo de su parte, pero Charles no está fino, el Tucu se peleó con la red y Mina no tuvo ocasiones.

Las dudas defensivas

El Sevilla no fue capaz de hacer sangre a pesar de encontrarse enfrente con la defensa con menos tablas de la temporada. Una defensa a la que Iago Aspas y Gameiro pusieron a prueba una y otra vez en el primer tiempo, y que pasó factura especialmente a Fontás, que está acusando los partidos en este final de temporada.

Sin embargo, la misma defensa que hizo aguas en el primer tiempo fue capaz en el segundo de cortar una y otra vez los avances de un Sevilla que ni con su ataque más lustroso fue capaz de batir por segunda vez a Sergio. La clave de esos balones cortados radicó en la mayor intensidad de los célticos y en las constantes ayudas entre los jugadores. Además, el Sevilla jamás consiguió sentirse del todo cómodo en el partido a pesar de su superioridad latente. Augusto Fernández, que no deja de sorprender por su competitividad bajo cualquier circunstancia, se hinchó a recuperar balones en el medio campo, y aunque en el primer tiempo la sala de máquinas viguesa no era capaz de conectar con los últimos metros, en el segundo acto el equipo funcionó como un reloj suizo.

Los célticos, acostumbrados a salir en tromba y luego mantener el nivel, dieron un giro al planteamiento y, tras sedar al rival, intentaron asestarle el gol final en el último tramo. El premio gordo se resistió, pero la imagen que ofreció el equipo, cargado de suplentes y que llegaba en un mar de incertidumbre, fue la forma en la que mejor se honró a sí mismo. El Celta acabó como un equipo grande y de futuro prometedor.