El niño maravilla que emergió desde la humildad

Xosé R. Castro FONDO NORTE

GRADA DE RÍO

13 abr 2015 . Actualizado a las 10:46 h.

El niño maravilla de la cantera del Celta se ha hecho mayor. El jovenzuelo que cada día subía y esperaba su madre en A Madroa para entrenar ya tiene carné y conduce un mini, pero a este paso terminará pilotando un Ferrari.

Enamorado desde su infancia de Cristiano Ronaldo, con quien comparte representante, y cada vez con músculos más marcados, ha tenido la paciencia para emerger en el peor momento. No debe ser fácil para un chaval de 18 años pasar del Olimpo a la cola del vestuario, de ser el niño bonito de Lucho a verse relegado con Berizzo en cuestión de meses. Llegado ese instante dio una prueba de humildad. Dice Santi Mina que se fija mucho en Charles, en su trabajo del día a día y en sus artes en el campo. El hispanobrasileño le ha inculcado la cultura del trabajo -la calidad la traía de serie-, aunque entre sus dioses terrenales aparezcan dos celestes en la emigración como Joselu Mato o Aspas.

No puede descartarse que Mina siga algún día el mismo camino, pero no parece el momento. Si ha demostrado tener una extraordinaria cabeza para revertir la situación (cualquier mozo con la vitola de internacional hubiese salido a cualquier sitio en busca de minutos) ahora debe tenerla para medir los tiempos.

Ha explotado y se ha ganado el respeto y un sitio en el Celta, pero a día de hoy no hay un mejor sitio para crecer que el conjunto vigués. Por juego, por filosofía y porque A Madroa es su casa. Mal haría también el Celta en planear una operación inmediata, porque Mina tiene muchos goles, y quizás millones que darle a la entidad de Balaídos si mantiene la progresión esperada. Si un día Míchel Salgado fue el negocio del siglo, un delantero con caché puede doblar los 12 millones que dejó el de As Neves. Aunque para que todo esto no se convierta en el cuento de la lechera, lo mejor que puede hacer el cuatrigoleador del sábado, es resetear y comenzar de cero en el entrenamiento del martes. Para que el halago no debilite.