La imagen de la joven Diana, de 20 años recién cumplidos, descendiendo del carruaje con aquel vestido irrepetible e indescriptible está grabada en la retina de todo aquel que en algún momento lo ha visto
29 jul 2024 . Actualizado a las 12:29 h.Habló el arzobispo de Canterbury aquel 29 de julio del que hoy se cumplen 43 años. Ante él estaban todos los ingredientes que conforman un cuento de hadas. Poco buen ojo tenía el hombre conociendo hoy cómo terminó la historia.
Sí es cierto que ahí estaban, en el altar, un príncipe y una joven que, por el arte de decir «sí, quiero» —aunque llegado el momento se trabó y se intuyó su asentimiento más que escucharlo— iba a convertirse en princesa. Y no en una princesa cualquiera. Ocurrió en verano. La boda de Carlos de Inglaterra y lady Diana Spencer. Ha sido, y será, el enlace más comentado, más veces analizado.
La imagen de la joven Diana, de 20 años recién cumplidos, descendiendo del carruaje con aquel vestido irrepetible e indescriptible —la propia novia, años más tarde llegó a describirlo como una tarta de merengue— está grabada en la retina de todo aquel que en algún momento lo ha visto.
La cola de 7,5 metros es una marca hasta hoy insuperable para el resto de novias reales que la siguieron.
Pero si bien Lady Di no creó tendencia con su vestido, sí lo hizo un gesto que ahora parece habitual: el beso en el balcón de palacio de la recién estrenada pareja real. Carlos y Diana, no es ningún secreto, apenas se conocían cuando se casaron. Ni se querían. Y allí, ante miles de británicos al grito de kiss, sellaron su matrimonio —que no amor— con un beso en los labios. Quizás el primero. Eso sí, antes, por eso de la tradición y el respeto, el príncipe pidió permiso a su madre. «May I? ¿Puedo?», le preguntó a la reina Isabel. Y ella asintió.