Aunque vivió prácticamente toda su vida en Cataluña, estuvo muy vinculado a Aragón, especialmente a Tarazona, su pueblo natal, y a la Basílica del Pilar, donde acudía a rezar.
Por España y, especialmente, en la capital aragonesa, el público le aclamaba por las calles y a veces estaba obligado a coger un taxi para recorrer apenas unas pocas decenas de metros por el centro.
La mayoría de los directores que trabajaron con él han fallecido, pero en el libro aparecen relatos de actores como José Sacristán, quien asegura «tener muy buen recuerdo» de Martínez Soria, un persona «muy estricta», pero también muy «cordial y generosa».