James Dean, un mito que burla la vejez 80 años después de su nacimiento

Fernando Mexía / Efe

GENTE

Tres películas, cuatro años de carrera y un final dramático le bastaron al prometedor Jimmy, como le conocía todo el mundo, para pasar de ser un chico de granja a un mito sin fecha de caducidad.

07 feb 2011 . Actualizado a las 23:13 h.

Leyenda del cine, símbolo sexual e icono de una generación inconformista, el rebelde James Dean ganó con su muerte un sitio en el edén del celuloide donde su recuerdo burla la vejez en el 80 aniversario de su nacimiento.

Tres películas, cuatro años de carrera y un final dramático le bastaron al prometedor Jimmy, como le conocía todo el mundo, para pasar de ser un chico de granja a un mito sin fecha de caducidad.

Nunca nadie consiguió tanto en tan poco.

La industria de Hollywood, que sabe ser generosa con sus muertos, quedó encandilada con ese actor de impronta imborrable tras el debut de Al este del Edén (1955), primer filme en el que Dean aparecía como protagonista después de trabajar de extra en seis producciones anteriores.

Cinta dirigida por Elia Kazan que supo ver el potencial de un intérprete que luchaba por sobrevivir en una profesión en la que el actor se estrenó haciendo anuncios de refresco y en la que, según las malas lenguas, llegó realizar favores sexuales para abrirse camino.

Talento no le faltaba a Dean, que nació el 8 de febrero de 1931 en Marion, una zona rural de Indiana, estado natal también de Michael Jackson, donde llegó a ser premiado en su adolescencia por su desempeño deportivo y artístico.

Apenas 6 años antes de su trágico final al volante de su Porsche en una carretera californiana, Dean terminaba sus estudios de bachillerato y se mudaba a Los Ángeles para cursar primero Derecho y luego Arte Dramático hasta 1952, año en el que puso rumbo a Broadway pensando en que allí encontraría la gloria.

Tras dos años deambulando por los teatros logró meter la cabeza en un par de obras, See The Jaguar y The Immoralist.

Una oportunidad que supo aprovechar y le valió el premio Daniel Blum al actor revelación del año 1954, al tiempo que captó la atención de Kazan.

De la noche a la mañana, James Dean sedujo a un Hollywood sediento de artistas carismáticos para alimentar su poderoso star-system.

Su nombre y su imagen de chico malo comenzó a llenar páginas de revistas como emblema de un espíritu marcado por el nacimiento del rock&roll y la teoría de que había que vivir deprisa y morir joven, algo que Dean terminó por seguir al pie de la letra.

Al rodaje de Al este del Edén le siguieron casi de inmediato Rebelde sin causa y Gigante, filme que concluyó su grabación un día antes de que aquel joven actor de 24 años falleciera inesperadamente.

Por motivos contractuales con Warner Brothers, Dean tenía prohibido participar en competiciones deportivas, especialmente carreras de coches, mientras estaba trabajando en un papel, por lo que tuvo que esperar al final de su última película para subirse a su bólido y dirigirse hacia un evento automovilístico.

Aquel viaje llegaría a su final antes de tiempo, como casi todo en la vida de Dean, cuando su vehículo colisionó frontalmente con otro en una intersección de las carreteras 46 y 41 en el interior de California, un lugar fatídico que ahora es un lugar de peregrinación para sus fans.

El destino quiso que el actor no pudiera saborear su éxito ya que solo vivió para ver el estreno de «Al este del Edén», producción por la que obtendría una nominación póstuma a mejor actor en 1956, candidatura que repetiría en 1957 por «Gigante».

Entre sus amores destacaron Pier Angeli y Ursula Andress, aunque se le atribuyeron muchos, incluso se ha llegado a especular con que fuera homosexual en varios de los libros que se han escrito sobre él desde su adiós, tan fulminante como la forja de su leyenda.

El próximo fin de semana en Fairmount, localidad en la que se crió próxima a Marion, sus incondicionales seguidores volverán un año más a recordar su figura con motivo de su 80 cumpleaños a través de un ciclo de cine con las proyecciones que dejó Dean para el recuerdo, por su puesto, sin arrugas y sin canas.