El restaurante asturiano donde si no te gusta el postre, te lo regalan

L. G. V.

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En Mesón El Labrador no es que no te dejen salir con el estómago medio vacío; más bien te invitan a tomar tres enormes platos por 16 euros y, si prefieres un postre alternativo al que le gusta al camarero, te tomarás los dos

27 feb 2020 . Actualizado a las 15:53 h.

Es verdad que cuando pasas el umbral de Mesón El Labrador (Ribadesella) te hueles un poco por dónde van a ir los tiros. No tanto por la estética, que también, o por ese aire impregnado de especias, sino por las cantidades ingentes de comida que comienzas a ver circular por el local de espíritu ochentero. Efectivamente, la liturgia sucede según lo previsto. Sin necesidad de haberse fijado en el menú que encabeza la entrada del local, y que advierte de lo que ocurre de puertas para adentro, uno puede empezar a desabrocharse el cinturón. Y disfrutar. Los comedidos pueden optar por las raciones (increíbles los chipirones con una salsa cuyo misterio no revelan ni bajo tortura) o por contundentes platos que, eso sí, nada tienen que ver con la alternativa reina: el menú dei día. 

En este caso nos encontramos con un primero obligatorio que es una reconfortante sopa de fideos. De segundo las opciones son cachopo de setas (dos palmos de un jugador de la NBA) con patatas, fabada bien melosa o arroz con pollo. Cuando ya no puedes más uno tiene que hacer frente a una carrillera de cerdo, secreto ibérico o mero con langostinos. Pero el gastro-drama no acaba aquí. El amable camarero piensa y cuida mucho los paladares de sus clientes y tirando a poco el bienestar estomacal de los mismos. Cuando uno cree que ya no puede más sucede, o más bien sucedió, lo siguiente.  

El pasado sábado, tras esta retahíla de platos el trabajador pregunta, inocente, a una mesa de comensales que postres desean tomar (aunque ninguno haya podido dejar un hueco para el dulce). Cuando uno ya no puede más y sabe que decir ninguno no es una opción viable y se manifiesta con un «flan de nueces», por favor; el camarero, nada satisfecho con la decisión, recomienda (insiste) la tarta helada. «¡Está riquísima, tienes que probarla!». Se mantiene firme el cliente con su preferencia. ¿El resultado? Nadie se irá sin probar la tarta helada y el flan. El camarero trajo los dos postres, corriendo uno de ellos por cuenta de la casa. La sobredosis de comida, por cierto, cuesta solo 16 euros.