«Hay padres que temen el arroz porque tiene arsénico, pero luego le dan de merendar un bollo a su hijo»

COCINA SALUDABLE

ADRIÁN BAÚLDE

Expertas en nutrición y Anpas consideran que, como ha hecho Portugal, es importante eliminar la comida basura de los colegios; sin embargo, creen que lo indispensable es formar a docentes, padres y niños en buena alimentación

19 ago 2021 . Actualizado a las 16:40 h.

A este lado de la raia, los niños gallegos seguirán llenando el buche durante la jornada escolar de productos de dudosa calidad nutricional; o al menos es lo que se deduce si se atiende a los pavorosos índices de menores que tienen sobrepeso en la comunidad —un 23, 3 % según los datos más recientes—. Pero al otro lado de la frontera, los jóvenes portugueses verán su alimentación ligera o moderadamente alterada a partir del próximo curso, pues según una norma que acaba de lanzar el Gobierno de Antonio Costa, queda prohibida la venta de comida basura en las cafeterías y máquinas expendedoras de las escuelas públicas

A partir de septiembre los colegios del país vecino dejarán de ofrecer medio centenar de productos que, en el día a día, hacen las delicias de más de un niño: chocolates, galletas con mantequilla, bocatas de chorizo e incluso croquetas de bacalao. A cambio, estos centros tendrán que surtir a los alumnos de alimentos saludables como fruta, ensaladas, sopas o sándwiches con fiambres con bajo contenido en grasa, atún o huevo cocido. Este golpe en la mesa continúa la senda iniciada en el 2019, año en el que se prohibió la publicidad de alimentos ultraprocesados en los colegios. En Galicia, como apuntan desde la Consellería de Educación, «nos centros de Primaria non hai cafeterías e, nas de Secundaria, á hora de facer as concesións desde Educación se fan unhas recomendacións á hora de evitar refrescos azucrados e bolos industriais».

Pese a todo, Fernando Lacaci, presidente de la Confederación Anpas galegas, mantiene que en esta comunidad ni siquiera puede decirse que exista el debate sobre si los niños se alimentan bien o mal porque «nin a clase política nin moitas familias teñen esta preocupación». En el 2011 el Congreso daba luz verde a una ley que pretendía tumbar la bollería industrial en los centros educativos, una tipología de productos que siguen presentes, según indica Lacaci, en comedores y cafeterías, por lo pronto, de algunos centros educativos gallegos. Así las cosas, menciona la hipocresía que existe en un terreno como Galicia respecto a la lacra de la obesidad infantil: «Hai un discurso de loita contra esta enfermidade que non se conecta coa acción; todo o mundo está preocupado pero logo nos colexios ninguén controla que se cumpra cuns menús saudables». En esta misma línea se manifiesta la especialista en nutrición infantil Emma Merayo. «Es importante que en los colegios se enseñe a niños y padres lo importante que es una buena alimentación y las herramientas para llevarla a cabo. Por eso esta cuestión toca a niños, familias y docentes. ¿De qué sirve que se dejen de vender en las cafeterías escolares galletas de chocolate si las pueden llevar de casa? Sin educación ningún estudiante va a elegir comerse una manzana».

Cambios en Galicia

No obstante, pese al pesimismo que parece imperar en las fuentes consultadas, Merayo explica que se están cambiando, aunque sea poco a poco, ciertos hábitos. «En mi caso, trabajo con empresas de máquinas de vénding que están adaptando su oferta precisamente para dar alternativas más saludables. Y esto en parte se lo plantean porque perciben que la demanda de alimentos sanos es más elevada que antes». Por este motivo, aunque esta experta aplaude la iniciativa lusa, invita a empezar a trabajar con porcentajes, implementando en cafeterías, máquinas expendedoras y comedores una cantidad cada vez mayor de alimentos que, hasta no hace demasiado, prácticamente ningún menor querría consumir».

En un momento en el que la sostenibilidad es materia transversal, tanto Lacaci como Merayo creen fundamental que se incluyan en los menús productos de kilómetro 0. Un ejemplo que funciona y donde muchos expertos ponen el ojo es el programa japonés Shokuiku, que inició su andadura en el 2005 para combatir la obesidad infantil. La apuesta por una alimentación de cercanía, basada en productos de calidad, es imperativo en el país nipón. Por eso en nombre de esta iniciativa se formó a más de 6.000 docentes en nutrición y se incorporó la asignatura de Educación Alimentaria; desde entonces hay un 20 % menos de niños que sufren esta enfermedad.

«Hay padres muy incoherentes con la comida de los niños»

 

No hay menú de las escuelas infantiles Montealto y Carricanta, ambas en el término municipal de A Coruña, que se sirva sin su aprobación. Carolina Martínez Couto revisa los platos que dispensan estos dos centros a diario a niños que aún están descubriendo qué es un brócoli, una zanahoria o un lenguado. Bajo su experiencia, las cosas cada vez se hacen mejor, tanto que «apenas tengo que modificar elaboraciones, están plagadas de verduras y hortalizas, que es lo más importante», apunta.

Empezar a tener contacto a edades tan tempranas con alimentos saludables ayuda a que a la larga los menores sean menos reticentes ante una crema de calabacín o un boniato al horno. El problema, explica, es que muchos padres son más papistas que el papa, y ven fantasmas donde no los hay, confundiendo finalmente al niño. «Aunque veo avances, es cierto que con el auge de las redes sociales y la proliferación de artículos sobre alimentación que un día endiosan un alimento y al siguiente demonizan otros, se genera confusión. Lo percibo porque en ocasiones escucho a padres decir que no cómo le vas a dar arroz a un niño si lleva arsénico o determinados pescados si llevan mercurio, pero muchos de ellos no tienen problema en darles a sus hijos un bollo industrial», comenta.

Hablando de dulces, esta farmacéutica y nutricionista aprovecha para romper una lanza a favor de una alimentación equilibrada a todas las edades. Es decir, sin huir de la pastelería en días puntuales. «En las escuelas con las que trabajo, por ejemplo, enseñan a los niños a comer dulces en fechas señaladas, como Navidad o Semana Santa, y siempre caseros».