Las patatas fritas unen a Bélgica

YUVAL MOLINA

SABE BIEN

cedida

En este país, su gran icono gastronómico es uno de los pocos elementos identitarios que flamencos y valones abrazan sin reticencia, uniéndose en una batalla contra los franceses que quieren apropiarse del «copyright».

27 ago 2018 . Actualizado a las 16:52 h.

El pasado 1 de agosto, Día Internacional de las Patatas Fritas, el periódico galo Le Figaro publicaba una entrevista al historiador gastronómico Pierre Leclercq, que situaba el origen de las frites en el París del siglo XIX. Pero, según el Frietmuseum, el único museo dedicado a este tubérculo, ubicado en Brujas, la leyenda popular en Bélgica sostiene que nacieron en el siglo XVII durante una helada que impidió la pesca en el río Mosa, y que llevó a los pescadores belgas a cortar patatas en forma de pequeños peces.

Además, ese mismo día las famosas patatas, vendidas en miles de friteries belgas desde finales del siglo XIX, se colaron en la actualidad comunitaria: en la rueda de prensa diaria de la Comisión Europea dos periodistas se enzarzaron en un debate sobre su origen ante la posibilidad de que la UE les otorgase protección geográfica. Un asunto sobre el que la Comunidad prefiere no especular, según confirma un portavoz de la institución.

Pese a no haber ninguna petición al respecto en curso, Bruselas prevé la posibilidad de otorgar privilegios a determinados productos gastronómicos locales en la Unión Europea -en tanto que indicaciones geográficas protegidas, denominaciones de origen o especialidades tradicionales garantizadas-, lo cual supondría una grave estocada para aquellos que defienden su esencia francesa.

La UE ya estuvo en el punto de mira de los belgas cuando, en 2017, la Comisión sugirió la prohibición de la doble fritura para reducir la acrilamida, un químico cancerígeno que aparece en alimentos ricos en almidón si se fríen a altas temperaturas, según la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA). El Gobierno flamenco instó a la CE a aseverar que no tenían nada en contra de las «frites» y que no prohibirían su doble fritura.

En un país ampliamente dividido, las patatas fritas constituyen uno de los pocos elementos identitarios que flamencos y francófonos comparten sin reservas. Junto con la cerveza y el chocolate, las patatas fritas son la trilogía de la gastronomía en Bélgica, donde popularmente se llaman «frites», en francés, o «frietjes», en flamenco. La expresión «french fries» (patatas francesas), como se denominan en Estados Unidos, surgió en la Primera Guerra Mundial, cuando al parecer unos soldados valones, hablando en francés, ofrecieron degustarlas a los militares americanos.

Para conseguir su característico color dorado, es necesario freírlas primero en aceite vegetal durante cinco minutos a 160 grados, aguardar otros diez y volver a freír, esta vez en grasa de vaca y a unos 180 grados.

Bélgica es, a día de hoy, el mayor exportador de patatas congeladas del mundo, con una cifra récord de 2,2 millones de toneladas en 2017 habiendo cosechado cerca de 5,1 millones de toneladas, según la asociación belga de productores Belgapom.

Sin embargo, los agricultores belgas están preocupados por los posibles efectos negativos de la reciente ola de calor en Europa.

Patrimonio inmaterial

«Es probable que el tamaño de las patatas sea menor y que los precios suban, pero no tiene por qué afectar a las patatas fritas como producto final», declara el presidente de la asociación belga de friteries Navefri-Unafri, Bernard Lefèvre.

Tras su introducción por el Gobierno en 2017 dentro del patrimonio inmaterial del país, los productores de patatas belgas se preparan ahora para conseguir el reconocimiento por la Unesco como patrimonio cultural de Bélgica, un título que ya ostenta su cerveza, según cuenta el secretario general de Belgapom, Romain Cools.

«Más allá del origen de las patatas fritas belgas, estamos orgullosos del aspecto cultural de su consumo, que es único y belga», valora Cools.