Rut León: «Que me llamen gitana me halaga»

GALICIA

ALBERTO LÓPEZ

Está orgullosa de sus orígenes y acumula más de dos décadas de activismo defendiendo los derechos de las mujeres y de los gitanos

20 may 2023 . Actualizado a las 11:17 h.

Rut León (Lugo, 1983) es gitana y está muy orgullosa de serlo. Lleva más de dos décadas de activismo a favor de su pueblo y es la presidenta de la asociación Phenjalipen —que significa sororidad en romaní— y que tiene una junta directiva 100 % femenina y gitana.

—¿Por qué hacía falta una asociación de gitanas en Galicia?

—La asociación se creó por una razón de justicia social, para sentirnos identificadas con lo que es nuestro. Hay otras asociaciones, pero ni los trabajadores son gitanos ni es una asociación gitana. Los gitanos se van a sentir más identificados conmigo que con una paya porque yo conozco bien el pueblo gitano. Y los gitanos y gitanas demandan sentirse como ellos son. Sin prejuicios, y con un vocabulario sin tecnicismos.

—Al ser también una asociación feminista, ¿por qué no se integró en las que ya hay?

—Consideramos que dentro del movimiento feminista estamos desaparecidas. Ni siquiera nos mencionan. No cuentan con nosotras. Creen que no somos feministas por ser gitanas. Por ejemplo, en las manifestaciones no nos dejaban salir detrás de la cabecera. Yo he luchado muchísimo por esto, para que se nos vea.

—¿Los gitanos son machistas?

—La sociedad mayoritaria cree que los gitanos son más machistas que los payos, pero no es verdad. Los hombres son machistas por naturaleza y nosotras también, porque vivimos en una sociedad patriarcal de la que hemos mamado. Aun así, que nosotras intentemos ser más feministas cada día es lo lógico.

—¿Gitanas y payas comparten los mismos problemas?

—Cuando se habla feminismo se habla de feminismo de blanca paya privilegiada. A las gitanas esto no nos representa. Hablan del techo de cristal, ¿pero qué es esto para nosotras, si estamos en el fango? A nosotras no nos mata el machismo, nos mata el antigitanismo, que sufrimos hombres y mujeres.

—¿Qué papel juega la integración?

—La sociedad exige que la comunidad gitana se integre, pero esta no es la palabra. De tanto integrarte acabas desintegrándote. Yo no quiero dejar de ser lo que soy porque la sociedad me diga cómo tengo que ser. Esto también es una lucha. Yo soy así y no voy a dejar de serlo.

—¿Los prejuicios contra los gitanos siguen a la orden del día?

—Está lo de que no se integran porque no trabajan, no estudian, son unos ladrones... Esto es el antigitanismo que sufrimos cada día. Para alquilar un piso, yo no tengo las mismas facilidades que tú porque soy gitana. Y si me lo preguntan no lo niego porque es algo de lo que estoy muy orgullosa, pero para la sociedad mayoritaria es un lastre. Esto es un choque que repercute en nuestra salud mental. Pasa lo mismo a la hora de encontrar un trabajo. Somos los eternos sospechosos.

—El activismo da sus frutos.

—Yo empecé con 17 o 18 años y sí, se ha avanzado. Yo, por ejemplo, he tenido oportunidades en las que he dado el 300 % demostrando mi valía, que pesa más que mi pertenencia étnica. Que yo sea gitana es un añadido, pero antes soy persona y como tal merezco las mismas oportunidades y salidas que los demás. Pero no es así. Cuando la gente te conoce cambia un poco tu percepción y te dice cosas como «tú no pareces gitana» o «tú no eres gitana». Lo dicen como un piropo, pero es todo lo contrario. Para mí que me llamen gitana es un halago. Pero que digas que todos los gitanos son iguales y generalices es algo que hace mucho daño.

—¿También afecta a los niños?

—Si los niños payos sufren bullying, imagina los gitanos. Los padres les dicen que no anden con ellos porque son sucios, pegan piojos... Si esto ocurre en tu infancia te marca para siempre y si ese antigitanismo lo sufres por parte del profesorado, pues imagínate. Esto pasaba antes y sigue pasando ahora. Yo lo he vivido. Te mandan al fondo de la clase porque piensan que no hacemos nada, que no vamos a estudiar, que a los 14 años nos quitan para casarnos... ¿Cómo denuncias eso?

—¿Ahora tienen más oportunidades para formarse?

—Los padres no quieren que los niños se dediquen a vender en el mercado. Que ojo, es un trabajo muy digno y que a mí, por ejemplo, me gusta. Ahora quieren que estudien, y que después se dediquen a lo que se quieran dedicar.

—¿Ha sido perseguida?

—En un establecimiento en el que puse una reclamación, pero lo negaron. En otra ocasión, me ocurrió en un comercio. Me siento observada a diario. Entro en un supermercado y me persiguen porque dan por supuesto que voy a robar. Estoy agotada. Les pido que paren y les digo que solo quiero comprar. Es agotador. Aunque es verdad que hace poco se aprobó el Pacto de Estado contra el Antigitanismo, un gran logro. Vivimos momentos malos, pero otros dulces.