El dolor de las víctimas en el juicio del Alvia: «En el vagón había un silencio... Yo lo llamo el silencio de la muerte»
GALICIA
La vista oral entra en su fase civil con los testimonios de los afectados. «Pensamos que el tren era el medio más rápido y seguro», coinciden. La jueza no puede evitar emocionarse con las primeras declaraciones. Uno de los afectados confirmó que se reunió con el maquinista tras el accidente
14 feb 2023 . Actualizado a las 21:23 h.Las frías reflexiones de los peritos durante las declaraciones de la vertiente penal dieron paso este martes a la emoción y el dolor, que siguen muy vivos nueve años y medio después del accidente de Angrois. La fase civil del juicio del Alvia comenzó con la declaración por videoconferencia de las dos primeras víctimas de las quince que están fijadas para cada sesión, con un comprensible control del juzgado sobre la privacidad de los afectados -no se pueden publicar sus nombres ni imágenes a no ser que den su autorización-, en este caso una madre acompañada por su hija que iba a A Coruña al entierro de un familiar. Las dos primeras víctimas de la asociación Apafas respondieron a la pregunta de su abogado respecto a la razón por la que escogieron el tren para trasladarse a Galicia. «Pensamos que el tren era el medio más rápido y más seguro». Todos evidenciaron que el accidente sigue siendo una herida abierta que probablemente no podrán curar nunca.
«Me emociona mucho, me tienen que perdonar. Yo solo me preguntaba qué había pasado, no me podía mover, oía voces, pasé muchísimo tiempo con muchas cosas encima, para mí fue algo horrible que no se lo deseo a nadie. Pensé en mi marido, que era totalmente dependiente de mí». Así relataba los momentos justo después del accidente, en el que murieron 80 personas y otras 145 resultaron heridas. Su hija recordó cómo llamaba a su madre por teléfono durante horas sin éxito, hasta que al final alguien supo de la noticia y surgieron los temores más terribles: «Poned la tele.¡Se han matado, se han matado!». Finalmente, consiguió hablar con una de sus tías que viajaba también en el tren: «Venid, venid estamos muy malitas», le respondió. «Cuando salí de mi casa no sabía cómo estaba mi madre».
Durante el viaje en coche con sus primos iban todos callados, sin querer escuchar las noticias. Solo música. Su madre terminó ingresada en el centro hospitalario de la Rosaleda, en Santiago, con graves lesiones. La prepararon para lo que se iba a encontrar diciéndole que no había sido una caída de la bici. Después le comunicaron que probablemente no volvería a hablar. Pudo hablar, pero terminó siendo una persona dependiente.«Me dijeron que tendría diez años más de los que tenía». Su hija aseguró que nadie de las aseguradoras (Allianz, del ADIF y QBE, de Renfe) se interesó por su madre. Recordó incluso que alguien le pidió el billete de tren, pero su madre había perdido casi todos sus efectos personales. «Los recuperamos del bolso y estaban llenos de agua y de sangre. Los pusimos en una toalla para que se secaran. No entendía por qué nos pedían eso. No entendía por qué el billete era tan importante cuando mi madre estaba como estaba».
En las oficinas del ADIF las trataron «con mucho tacto», pero se quejaron del papeleo. «Siempre nos pedían algo más». Sobre las indemnizaciones, fueron claras: «No hay dinero que pague el cambio de vida, la impotencia cuando dejas a una persona sentada en la que crees que es la mejor opción para que viajen. Cuando ves que tu padre te dice que soy sus pies y sus manos... se quedó muy afectado. Luego te sientes muy culpable». La jueza no pudo contener la emoción. «La primera declaración ya me hace llorar», confesó. El fiscal se interesó por los momentos previos al descarrilamiento. Notaron algo extraño unos instantes antes. «¡Uy! qué velocidad coge esto, ¿estás viendo?», le dijo a su hermana. Fueron las últimas palabras antes del accidente.
La tercera víctima en declarar fue la hija de otra mujer que murió cinco meses y medio después del accidente. También iba a un entierro de un familiar. Y coincidió en que eligieron el tren porque pensaban que era el medio más seguro. «Me llamó mi hermano con la noticia del accidente», dijo, mientras narraba el desconcierto e incertidumbre de los primeros momentos. «Afortunadamente supimos que no había fallecido, como muchos otros», afirmó. A su madre la pudieron sacar por una ventanilla del Alvia. «Nunca volvió a estar como era antes, pensaba que le caían las cosas encima. Se le quedó esa obsesión».
Cristóbal González Rabadán, un exmilitar del Ejército del Aire que viajaba en el tren y que fue uno de los primeros portavoces de los afectados, cogió el Alvia en Puebla de Sanabria para asistir a las fiestas del Apóstol. Venía haciendo el Camino de Santiago. Su único equipaje era su bicicleta.«Aún la tengo en casa con el embalaje lleno de sangre», dijo. «Recuerdo todo perfectamente, pues en ningún momento estuve inconsciente. Cuando el tren sale del túnel se percibió totalmente la velocidad. Le dije a un compañero que el tren iba a descarrilar. Me contestó que era imposible, que era Renfe», aseguró.
«Recibes golpes como verdaderos proyectiles, del equipaje, de las personas... Cuando entras en el tren estás lleno de confianza y después todo se convierte en un verdadero infierno». Iba en el último coche del Alvia. Llantos, gritos de dolor y peticiones de ayuda, ese era el sonido de la tragedia que recuerda Cristóbal. «Pediría que no se demore más, que se cierre pronto esto, porque se sufre mucho, día a día. No hay un día en que no te acuerdes del accidente. El mismo terremoto de Turquía te hace volver a recordarlo». Como militar, estuvo en misiones en Somalia o en Afganistán, pero este accidente fue lo peor que vivió pese a su experiencia en conflictos internacionales. Desde el accidente padece migrañas y otros problemas neurológicos. Allianz le entregó la primera compensación por el seguro obligatorio casi cinco años después del accidente. Uno de los abogados le preguntó si el seguro le pidió firmar un compromiso de confidencialidad. Pero no lo recordaba. Cristóbal González, pese a las heridas que tenía por todas las esquinas de su cuerpo, ayudó a otros viajeros a salir del tren.
También se reunió con el maquinista después del accidente porque necesitaba hacerlo, dijo a preguntas del abogado del maquinista. «Nos citamos aquí en Santiago por medio de nuestros abogados», declaró. La jueza paró este interrogatorio al no tener relación con el objeto de la acción civil. Cristóbal González pidió que el proceso judicial no se alargue más de lo debido, pues cree que se trata «de la única herida que queda abierta».
Otra afectada iba a A Coruña, donde la esperaban tres amigas para pasar sus vacaciones. Pensaba que el viaje en autobús era más largo y que el tren era más seguro. Sus padres fueron a recoger su equipaje mientras ella permanecía ingresada. Momentos antes del accidente estaba a punto de ir al servicio. «Pero ya no pude ir porque pasó lo que pasó», recordó. «El tren comenzó a temblar como un terremoto. Me agarré con todas mis fuerzas, pero mi cuerpo salió disparado como un proyectil», dijo entre sollozos. No paraba de recibir golpes. Y ella esperaba no recibir uno más porque pensaba que podía ser el último. Cuando terminó la violencia del descarrilamiento, recuerda lo que sintió en aquel escenario del horror. «En el vagón había un silencio… yo lo llamo el silencio de la muerte», explicó muy emocionada. «Nunca he podido dormir bien desde entonces. Este accidente me robó años de vida y soy una persona joven que no puedo hacer mi vida como antes». Solo cogió el tren una vez más desde entonces. Nadie de las aseguradoras se puso en contacto con ella. «No hay dinero que pague los años que he perdido», dijo sin poder contener el dolor.
«Cada vez que me subo a un medio de transporte público busco asiento al lado de la ventanilla de emergencia»
Lidia Sanmartín iba en el Alvia a Ferrol, porque es de Fene, y autorizó a La Voz a publicar su nombre. Se agarró con todas sus fuerzas en el momento del impacto. Algunos recuerdan el silencio tras el descarrilamiento. Lidia recuerda las voces pidiendo ayuda. También las gotas de una lluvia incipiente de verano cuando estaba tendida cerca de las vías. Lo primero que hizo fue pedir que avisaran a sus padres de que estaba viva. «Después, en la ambulancia, pedí que no me dejaran morir». Escuchó a alguien decir «esta chica se nos va». Pero respiró con fuerza para seguir viva. Estuvo un año en rehabilitación y dieciséis meses de baja. Sigue necesitando tratamiento. «Cada vez que me subo a un medio de transporte público busco asiento al lado de la ventanilla de emergencia. Cuando hay una curva, pienso que el autobús va a volcar. Ya sé que no vuelca. Pero tampoco los trenes descarrilan». El accidente truncó su carrera profesional en un banco. «Ninguna cantidad que me pueda corresponder podrá suplir la salud que tenía entonces», dijo con la emoción a flor de piel. Su madre declaró después, pero la jueza quiso evitarle el dolor de recordar aquellos momentos en los que pensaba que su hija no había sobrevivido. A Lidia le gustaba el baile gallego y estaba en un grupo. Pero no pudo volver a bailar.
Otra mujer viajaba en el tren con su hijo. Su marido los esperaba en la estación. «El tren me daba la sensación de que iba rápido», dijo. «Volé hacia a un lado y mi hijo hacia otro. Yo solo buscaba al niño», declaró con la voz temblorosa por los sollozos. Su hijo, «cada vez que había un golpe pequeñito se asustaba», dijo. Apenas tenía dos años aquel 24 de julio del 2013.
Otro hombre que viajaba en el Alvia volvía a casa con su mujer después de visitar a su nieto recién nacido en Madrid. Había dos niños jugando delante de ellos en el pasillo poco antes del descarrilamiento. «Lo cuento porque me impresionó mucho. En un momento vi que una maleta se desplazaba e iba a caerle encima a los niños. Pero en ese momento, todo negro ya. Me quedé inconsciente». Aún necesita tratamiento psiquiátrico. «Desde entonces he perdido memoria. Me da vergüenza llorar. Estoy muy sensible, perdonen». Su mujer también compareció. «Nos dijeron que era un tren de alta velocidad y que íbamos a ir muy bien». Y confirmó que su marido aún no ha podido superar el accidente.
La responsabilidad civil del accidente está fijada en 57,6 millones de euros, que deberá ser abonada por las aseguradoras de la empresa o empresas que sean declaradas responsables civiles subsidiarios una vez que la sentencia sea dictada por la jueza. Está previsto que entre víctimas y familiares declaren cerca de 450 personas.